2 de noviembre de 2013

Emblemática cholita se convierte en patrimonio cultural de La Paz


La chola paceña es, según la ley municipal promulgada esta semana, “la personificación más cabal de la amalgama indo mestiza, que viniendo desde la colonia ha mantenido algunos indestructibles componentes de identidad e individualidad”.

“Aunque la adopción del traje fue una imposición española que surgió después de la revuelta indígena de 1781, más tarde devino en una adopción voluntaria de ascenso social por medio de la vestimenta a la que le añadió su creatividad e imaginación femeninas”, dice el texto de la norma.

Pero, agrega, la identidad de la chola paceña no solamente se expresó en su forma de vestir, sino que también quedó plasmada en los roles que poco a poco fue ganando la mujer aimara en la política, los sindicatos, la cultura y la economía.

Bolivia ha tenido en su historia emblemáticas heroínas de pollera, como Bartolina Sisa, quien junto a Tupac Katari lideró la revuelta indígena de 1781; o Simona Manzaneda, que fue parte de la revolución del 16 de julio de 1809 en La Paz.

En las décadas posteriores y durante muchos años, las cholitas, como se llama cariñosamente a estas mujeres, fueron relegadas a desempeñarse como niñeras, empleadas domésticas, cocineras o comerciantes de mercado.

Estos oficios eran considerados por entonces como casi exclusivos para estas mujeres que migraron a la ciudad desde las áreas rurales.

Sin embargo, a fines de los años ochenta, las mujeres de pollera comenzaron a asumir nuevos roles en ámbitos que les habían sido vetados durante décadas, como la política, la economía, el periodismo, el derecho y los deportes.

Así, la primera parlamentaria de pollera en Bolivia fue Remedios Loza, una comunicadora indígena que a principios de la década de los noventa saltó de los micrófonos de una radio popular a la política para llegar al Congreso.

Ha sido durante el Gobierno del actual presidente, el aimara Evo Morales, cuando las cholitas han logrado mayores espacios y reconocimiento en el Parlamento, en los gobiernos regionales y municipales e incluso en el ámbito diplomático, pues la actual embajadora de Bolivia en Ecuador, Rusena Maribel Santamaría, viste polleras.

Morales ha tenido a varias ministras “de pollera”, pero además, otra fue gobernadora de la región sureña de Chuquisaca y actualmente la juez Cristina Mamani preside el Consejo de la Magistratura.

Aunque fue por sólo una semana, La Paz también tuvo una cholita alcaldesa, la abogada Rosario Aguilar, quien suplió en 2005 al entonces burgomaestre Juan del Granado.

En declaraciones a Efe, la exconcejal Aguilar expresó su satisfacción por la norma aprobada por el municipio, pues a su juicio, se trata de un justo reconocimiento a la mujer de pollera como “icono cultural” de esta ciudad y de Bolivia.

Recordó que antes las cholitas se enfrentaban a la discriminación por su origen indígena y forma de vestir en espacios como las universidades, pero resaltó que ahora la situación ha cambiado.

“La mujer de pollera ha avanzado bastante (...) Hemos dado pasos muy importantes y hemos roto esquemas, barreras, tabúes”, sostuvo y destacó que las hijas de las cholas quieran ahora vestir polleras, como sus madres, sin vergüenza ni miedo a ser discriminadas.

“Antes nos decían ‘chola’ como una palabra despectiva. Pero hoy nos dicen ‘chola’ ya no con ese tono de desprecio, sino con cariño, con respeto porque han valorado nuestra vestimenta”, dijo Aguilar.

La exconcejal promueve desde hace nueve años un desfile de moda dedicado a las cholas paceñas, precisamente con el objetivo de revalorizar la imagen de la mujer aimara, pero también para mostrar las nuevas tendencias en su vestimenta, que tiene un coste mínimo aproximado de 287 dólares.

Aunque ha habido grandes avances en cuanto al reconocimiento y respeto pleno de la chola paceña, Aguilar consideró importante que haya mayores incentivos y apoyos para que estudien, que sean profesionales, tengan un negocio y tengan independencia económica.

Además de acciones para preservar la identidad de las aimaras, según Aguilar, también se requiere una mayor difusión de las normas que protegen a las mujeres de la violencia.

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