Resulta casi imposible visitar Oruro sin recorrer la histórica calle La Paz, además de apreciar verdaderas obras de arte que se lucen en el Carnaval, Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, las caretas de diablo y moreno tienen el sello de Germán Flores, tercera generación de prolíficos careteros, sustentada ahora por las hábiles manos de sus hijos Fernando y Juan Carlos, cuarta generación de esta familia de artistas.
La palabra “máscara” tiene origen en el masque francés, maschera en italiano o másquera del español. Los posibles antepasados en latín (no clásico) son mascus, masca = fantasma, y el maskharah árabe =bufón, “hombre con una máscara”.
El ser humano tiene la naturaleza de asociarse con seres, deidades o fenómenos naturales, las máscaras se han utilizado desde la antigüedad con propósitos ceremoniales y prácticos, disfrazan, esconden y personifican seres magníficos, como a los integrantes de la Diablada, especialidad de danza del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad.
Con estilos diferentes, padre e hijos exponen sus trabajos en el conocido taller de máscaras folklóricas “El Quirquincho”, detalle que denota el trabajo familiar de décadas atrás, también reflejado en el trabajo de su abuelo Pánfilo, antes de la guerra del Chaco.
“De los seis hermanos que somos, dos nos dedicamos a esta actividad, mi hermano mayor Fernando, es técnico civil y yo, en realidad más nos gustó el arte de hacer máscaras…creo que estamos siguiendo bien los pasos de mi papá”, explica Juan Carlos Flores.
De profesión arquitecto, Juan Carlos, hijo del destacado artista Germán Flores, que hace dos años fue nombrado ciudadano notable por la Alcaldía y que en próximos días será reconocido por el Senado Nacional, nos explica el proceso de elaboración de una máscara.
“Los materiales están evolucionando sobre todo para alivianar las máscaras, la fibra de vidrio es mucho más resistente, además del cartón, pinturas al aceite, acetatos y tela que hacen más ligeras a las máscaras, antes se solía hacer en sombrero recubierto de yeso, las máscaras eran muy pesadas, ahora las caretas sobrepasan el metro”, expone orgulloso sus productos.
Las caretas de yeso llegaban a pesar hasta 5 kilos, en la actualidad productos mucho más grandes pesan solamente 1 kilo, pero lo paradójico es que muchos danzarines prefieren las caretas de mayor peso, porque así rinden pleitesía a la Mamita del Socavón y “pagan” sus pecados.
“En cuanto al diseño, cada diablada tiene su característica en las máscaras, en el caso de la Diablada Auténtica se distinguen por lo ampuloso y la suntuosa decoración; entre tanto que la “Frate” utiliza máscaras de tamaño proporcional a lo normal, pero tienen más decorativas, con mayor cantidad de adornos en perlas, piedras… es un trabajo más minucioso, por tanto son mas costosas”, señala.
Con su mirada algo cansada por el trabajo que se incrementa en estas fechas, Juan Carlos nos explica que el tiempo para la elaboración de una máscara varía de acuerdo al diseño y al material a utilizar, sugeridas por los afanados danzarines.
“Un buen trabajo esta listo en quince días, pero en época de Carnaval, se trabaja de manera conjunta, para acortar los tiempos, pero también existe el caso de la complejidad de la máscara, entonces en aproximadamente dos meses se concluye un trabajo de buenas características”, indica Flores.
El precio de estas autenticas piezas de arte fluctúa entre los Bs. 500 (mascarillas), hasta los Bs. 2.500, tomando en cuenta elementos de diseño, tamaño e innovación.
“Afortunadamente, la morenada estos dos últimos años volvió a tener sentimiento cultural, porque en cierto momento ingresaban con sombreros y lentes, en la década de los 80, la morenada le hacía la competencia en cuanto a pedidos a la diablada, en algunos carnavales teníamos más pedidos de morenos que de diablos”.
Según Flores, el “trabajo” que realiza con su padre y hermano, no es conceptualizado literalmente, pues se toma la actividad como una pasión desbordante que se plasma en el proceso creativo.
“Yo cuando tenía 7 años veía a mi papá trabajar y también a mi abuelo Pánfilo, manejando formas, colores y materiales, desde los 7 años me llamó la atención, hacía pequeños trabajos, cuando salí del colegio mejoré mi técnica y estudiando arquitectura complementé mis conocimientos, haciéndome más paciente en cuanto a diseño, fusionando ambos campos”.
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