La fiesta del Gran Poder se ha convertido en un fenómeno cultural, social, económico y hasta político que no puede ser omitido, si es que se pretende entender a cabalidad la realidad boliviana, tan contradictoria como fascinante.
Los fraternos que bailarán por las venas de La Paz, desde la populosa avenida Baptista hasta la avenida Simón Bolívar, desembocando en el estadio Hernando Siles, son, sin duda alguna, la mayor expresión del mestizaje boliviano, ese que hasta ahora no ha sido asimilado ni adoptado en sus coloridas facetas e implicancias.
Las calles de La Paz se convertirán en gigante y serpenteante pasarela para los pasantes de fraternidades, los danzarines, los músicos de las bandas y los bordadores, muchos de los cuales no durmieron en los últimos días para que la entrada de hoy y la diana de mañana resulten como han sido planificadas.
Inmigrantes del altiplano paceño, comerciantes minoristas y mayoristas, transportistas, gremiales, microempresarios, profesionales, funcionarios públicos, empleados de firmas privadas, consultores, desempleados (¿contrabandistas?) y hasta políticos participan en la llamada fiesta mayor de los Andes, aquella que supo y pudo romper los límites geográficos que las autoridades intentaron imponerles, con el objetivo de controlar el excesivo consumo de bebidas alcohólicas.
La Entrada del Gran Poder brilla cada vez más y, junto con el Carnaval de Oruro y la fiesta por la Virgen de Urkupiña, seguramente se ubica entre las más importantes del país. Sin embargo, se debe mencionar que la festividad originada en el barrio paceño de Chijini se fortaleció y expandió, a pesar del trato hasta discriminatorio de quienes aún no entienden la fuerza y encanto que hay en cada una de sus manifestaciones. ¿Acaso existe alguna duda de la fuerza intercultural y la belleza folklórica de la fiesta de Oruro? O, ¿se puede poner en tela de juicio la vocación integradora de la celebración anual en Quillacollo?
La fiesta del Gran Poder logra que un vendedor informal de cordón de calzados y un empresario inmobiliario reciban y se den el mismo trato dentro de la fraternidad, en la que el código de relaciones se basa en el ayni (la regla del hoy por ti, mañana por mí), el matrimonio y la aceptación del otro sin otro criterio que sea parte del grupo. Precisamente por aquello, la entrada que se desarrollará hoy resulta como la presentación en sociedad de la fraternidad, que durante los últimos cinco meses puso a prueba su capacidad organizativa y de convocatoria. En suma, esto es una fiesta folklórica, pero también una manifestación cultural y social aún no penetrada y mucho menos conocida por el poder político de ayer ni el de hoy.
Miles de personas, entre las que se incluyen ciudadanos de otras nacionalidades, bailarán al son de las danzas propias del occidente del país. Y todas ellas llamarán la atención gracias al talento de los artesanos bordadores, en otra muestra de que la mano de obra boliviana es única, pero también poco aprovechada. En suma, habrá que apreciar la fiesta de hoy y esperar que las autoridades vean en este acontecimiento como un escaparate de lecciones no estudiadas.
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