Se alista una fiesta mundial con la danza del caporal al frente. Bolivianos que aman la salud e integridad cultural de su patria están llamando a una demostración de nuestro soberbio baile para el domingo 18 de julio. Y piden que ocurra en plazas y avenidas de todos los pueblos del orbe, allí donde hayan bolivianos dispuestos a pararse en la mitad de la calle y proclamar que “los caporales son de Bolivia”.
La convocatoria que fue lanzada hace dos meses por la Organización Boliviana de Defensa del Folklore y Radio “Pasión” Boliviana, mereció el inmediato respaldo del gobierno mediante los ministerios de Culturas y Relaciones Exteriores. La reacción internacional se dio en cadena y los entusiastas reportes vienen desde Estados Unidos, Alemania, Argentina, España, México, Brasil y otros países. Hay quienes calculan que ese domingo bailarán en el mundo al menos 25 mil caporales.
La demostración mundial servirá, entre otras cosas, para reprobar de nueva cuenta el descarado atraco que sufre nuestra tradición folklórica en algunas ciudades de los países que nos rodean.
En Puno impune, por ejemplo, donde se apropian, con una mano en la cintura y con sólo antojarse, de la Morenada, el Tincu, la Diablada, los Tobas, etcétera. Y los impostores se retacan la boca con la falacia de que esas manifestaciones festivas son de Puno... porque esto es Puno, carajo, y Puno se respeta.
“Los caporales son de Bolivia” y vamos a historiar la leyenda de su origen en el imaginario popular, con el riesgo asumido de que esta nuestra versión también sea plagiada en Puno-impune.
Va la gracia. A mediados del siglo 16 —años setecientos—, los explotadores de la plata del Cerro de Potosí comenzaron a resentir la falta de mano de obra india porque en los pueblos originarios del entorno geográfico escaseaban los jóvenes con la fuerza de trabajo requerida para el extenuante sistema de la Mita.
El saqueo del metal blanco del Súmaj Orcko empezó en 1548 y las vetas no se agotaban. Al contrario, tras casi 200 años de explotación aparecían más filones para avivar la angurria de los crueles argenteros. La plata florecía en los socavones que, paradójicamente, eran sepulturas y tumbas de los mitayos.
Fue cuando el patrón bajó desde Potosí a los yungas subtropicales de La Paz para comprar, a precios de feria, a todos los peones negros, mismos que fueron forzados a caminar cuesta arriba hasta el temible reino mineral, a 4 mil metros sobre el nivel del sorojchi.
Esa caminata de los esclavos negros encadenados, al mando del látigo de otros negros, traidores a su clase, llamados Caporales, se representa hoy en nuestra danza de la Morenada.
En los predios yungueños de la coca, la naranja y el café quedaron sólo ancianos, mujeres y niños. Fue cuando las madres, hermanas, esposas y novias de los secuestrados se dieron a esperar en la esperanza del retorno de sus hombres. Y la danza se llamó Saya. El vocablo tiene varias acepciones en quíchua, pero supone pararse para otear el horizonte: sayaricuychej, sayaricuna… Sayay.
Un día ocurrió el milagro. En el imaginario popular regresó el Moreno a La Paz y la Saya fue a su encuentro. El ayuntamiento largamente contenido fue frenético, de epopeya. Los personajes se amaron con la pasión que da la libertad y el temor a las nuevas ausencias.
De ese increíble suceso erótico nació una criatura. Fue la Saya que delineó el futuro de su hijo: No serás un esclavo como tu padre, un ser que camina agachado y al compás que le marcan sus amos. Hijo, serás un vencedor, un libertario altivo, con botas y chicote, con la autoridad de tu raza. Te llamarás Caporal.
Esa es la sustancia anecdótica de la vibrante danza. Los Caporales visten sombrero alón, blusa de colores chillones, fajas seguras, pantalón en colán y botas de afirmación. Tienen un látigo para ser temidos y caminan pisando fuerte.
Los caporales son de Bolivia. Y el 18 de julio le mostrarán al mundo que la libertad boliviana tiene propiedad, ritmo, orgullo y todas las avenidas abiertas a su alegría. Asi nomás es.
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