Hace tres años, el padre Marco Antonio Ocaña Guzmán se ordenó como sacerdote y desde entonces se hizo cargo de la iglesia Santiago Apóstol de Huayllamarka, en la provincia Nor Carangas de Oruro. Esto no le impidió formar parte del conjunto autóctono Wititis, una danza guerrera originaria de La Paz que representa al sol como una deidad.
El sacerdote extrae la máscara de una bolsa y muestra los detalles; lo que más se destacan son los ojos saltones, la amplia sonrisa, la nariz aguileña y tres cuernos largos. “Ésta es nuestra máscara”, muestra como un verdadero devoto.
El padre Ocaña participa en todas las actividades preparativas para la entrada del Carnaval. “No es una entrada carnavalera, es una peregrinación hecha danza de nuestra gente que va hasta la casa de Dios, de nuestra mamita María para descubrir a Dios en su vida, para orar, para hacer presente sus súplicas”.
La palabra carnaval tiene su origen en "carnem levare" (literalmente: "la carne levantar" o quitar la carne) se abrevió en "carnelevare", se alteró en "carnelevale", pasó del latín al italiano (alterado de nuevo) como "carnevale" y de allí la recibió el español como "carnaval", que lingüísticamente es el anuncio de ayunos y abstinencias próximas.
El concepto de carne, uno de los componentes del vocablo carnaval, suele interpretarse como indicador de excesos y esto resulta muy natural si se toma en cuenta que a través del tiempo hubo una coincidencia de fechas entre las "saturnales romanas" (rituales que tenían mucho de religiosidad y también de paganismo) y las festividades cristianas. Por todo eso, esa fiesta tomó el cariz de desenfreno que caracteriza al Carnaval en todas las regiones del mundo donde se celebra esta fiesta.
Pero el padre Ocaña afirma que la diferencia entre la entrada del Carnaval de Oruro con las del resto del mundo es el espíritu religioso que implica toda la preparación y la entrada en sí misma. “Muchas veces descubrimos que se habla de que el Carnaval es borrachera, es muchas otras cosas, pero nos olvidamos de lo fundamental, que es una entrada devocional y, para mí, como sacerdote, me invita a vivir, a ir a esos nuevos lugares donde hay que anunciar la Palabra”.
Más sacerdotes. Hace cinco años que el padre Ocaña participa en la entrada del Carnaval de Oruro, aunque un año no pudo bailar. Se inició como danzarín en la fraternidad T’inkus Jairas junto al padre Javier Miranda, un sacerdote castrense, quien también participó en ese grupo cuando estaba en la parroquia de San Pablo. Hoy presta servicios en Santa Cruz.
“Sé que hay otros sacerdotes que bailan o que han bailado, por ejemplo, había un padre que desde Chile venía a bailar, él decía vengo, bailo y oro por mi parroquia, por mis feligreses, para que haya salud y paz”.
Ocaña recuerda que otro sacerdote que también bailó en la entrada orureña es Salvador Cuevas, quien fue fraterno de la morenada Ferrari. “No sé si este año bailará, pero el año pasado lo hizo”. Otro sacerdote que participó fue el padre Jairo (no recuerda el apellido) en la danza pujllay.
Pero quien marcó la historia misma de los sacerdotes bailarines en el Carnaval de Oruro fue el padre Doménico Sartori, conocido como “padre Nico”, quien integró la Fraternidad Artística y Cultural la Diablada.
Un artículo publicado por el periódico La Patria de Oruro, el 2006, relata la participación de Sartori. “Perdiendo el miedo al qué dirán, disfrazándose de ‘la muerte’, porque significa el fin de algo, la paz, y el principio de una nueva vida. Nico Sartori asegura que ‘la representación de la muerte significa el fin de un algo, porque existe la figura del ángel que significa la paz y el mal está representado en el diablo y se me ocurrió hacer que participe la muerte, de manera muy personal’”.
Era la primera vez que un sacerdote católico bailaba con su sotana negra y una guadaña en la mano, con la cara al descubierto en medio de los diablos, diablesas y otros personajes típicos de esta danza.
En otro artículo de ese mismo diario, publicado en enero del 2010, se señala que “aunque recibió críticas de algún sector del clero, por cuatro años el padre Nico bailó en el Carnaval; primero en las celebraciones del Centenario de la Diablada Auténtica y después en la Fraternidad Artística y Cultural la Diablada”.
El 2008, el padre Sartori partió a Argentina. El municipio de Oruro le nombró Hijo Predilecto de Oruro y mientras el tren partía, la banda de la Policía tocaba los acordes vibrantes de la tradicional diablada.
Hace tres años que el padre Ocaña es fraterno del conjunto autóctono Wititis y en tal condición participa en todas las actividades concernientes a la entrada, desde el momento mismo de la preparación que se inicia en noviembre, después de la fiesta de Todos los Santos cuando se efectúa el primer convite.
Luego siguen los ensayos y la peregrinación con las cuatro réplicas de la Virgen del Socavón por las diferentes iglesias de la ciudad de Oruro.
Los viernes se realizan las veladas a la Virgen, los fraternos se reúnen y oran, ahí el padre Marco aprovecha para “reflexionar sobre la Palabra”. “Las veladas, los ensayos ayudan al crecimiento espiritual de las personas, ver desde afuera es una cosa y acompañar a una fraternidad, a un grupo, a un conjunto es otra, porque se descubre que quiero expresar mi fe a través de una peregrinación, descubrir a Dios en mi vida”.
La transformación. El padre Ocaña saca su indumentaria de wititi, “¿quieren verme con el traje?”, pregunta y después de unos minutos reaparece con un pantalón y una especie de camisa hechos con bayeta de la tierra. Se acerca al altar y de rodillas frente a la Virgen del Socavón menciona que en el primer convite de la entrada del Carnaval renovará su promesa y deberá bailar tres años más.
“Esto es más que verlo, hay que vivirlo, llegas cansado, has bailado, llegas al santuario entras de rodillas y comienzan a orar, a encomendar a mi parroquia, a las personas que te dicen: Padre ore por mí o veo que necesitan ayuda en su vida, en su caminar, son muchas cosas fundidas en esto que parece tan sencillo”.
Pero no sólo su devoción por la Virgen del Socavón le impulsa a participar en la entrada, sino su pasión por el baile.
“A mí me gusta la danza como buen orureño, me encanta” y aunque él dice sentirse orureño, en realidad nació en Telamayu, Potosí. Fue culpa del destino que provocó que su madre diera a luz en esa localidad, hace 34 años, cuando acompañaba a su padre, un ingeniero metalúrgico de Oruro. Después de muchas explicaciones más, el sacerdote sorprende al preguntar y “¿ustedes, no se animan a bailar para nuestra Mamita?”.
El wititis es una danza que no pierde su origen aymara
Aunque no se conoce su origen exacto, el wititis es una danza guerrera aymara, afirma el padre Marco Ocaña, quien asegura que hay una serie de leyendas que se tejen en torno a ella y que, pese a los años que pasan, mantiene su origen ancestral.
“Es una deidad que representa al guerrero, al hijo del sol”, indica. De hecho, la figura principal es el lazo, que ostensiblemente muestran los wititis, la careta que llevan pareciera un sol con facciones muy exageradas, como la nariz y la sonrisa amplia y los tres cuernos.
Durante la danza, avanzan en formación, primero los mallkus, luego los wititis, las señoritas y los músicos. Los wititis alzan en alto las sogas mientras avanzan tres pasos y retroceden dos. En tanto, los mallkus, simulando estar en pleno vuelo, vuelven hacia atrás, por el interior, y hacen una reverencia, rodilla en tierra, a los wititis, tras lo cual giran hacia el exterior y retornan a la cabeza del desfile. Las señoritas ejecutan una danza lenta y agitan un pañuelo.
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