En los corredores del santuario del Gran Poder, la gente se alista para escuchar la misa de las 11.00, el miércoles 8 de junio. En las bancas de adelante, un cargador de aproximadamente 55 años reza y llora ruidosamente. “Espalda me duele grave papito, curame espalda papaíto te lo pido”, se le escucha desde los asientos vecinos.
Un vendedor de velas, quien prefiere el anonimato, cuenta que el aparapita va al templo todos los días, compra velas y ora entre lágrimas. “Es terrible, se nota que está sufriendo mucho dolor”.
“Mucha gente, pobre o rica, viene a pedirle al Señor, hay personas a las que veo todos los días y siempre le encienden velas”, agrega el comerciante.
A cuentagotas, los devotos cruzan las puertas del templo de la calle Antonio Gallardo, compran velas y encienden los cirios. Rezan con la cabeza gacha y después entran hasta el templo. Allí, en el fondo del salón y en el centro está la pintura de Jesús, aquella que tiene tres rostros.
Una de las más constantes es Roxana Limachi. Ella ya le inculcó a su hija Alison, de tres años, la fe por el Tata. Juntas van todos los días al santuario para rezar y agradecerle por las bendiciones. “Cada venta que tengo es una bendición del Señor”, dice la comerciante.
Mercedes Pérez Espejo es la portera del lugar sagrado y también vende velas en el santuario. Ella por ejemplo, observa una vez al mes a un caballero que parquea su vagoneta en la puerta del templo y se va arrodillado hasta el altar.
“Doña Mechi”, como se conoce a Pérez Espejo, dice que los fieles al Tata llegan desde distintas partes del país y de la ciudad.
Así como el aparapita que da sus oraciones a gritos para que el Tata le alivie los dolores del cuerpo, María Quispe, vendedora de abarrotes, también le reza al Tata para que le ayude en su negocio. De forma sagrada, cada viernes enciende unos cirios para el patrono.
La Razón habló con un industrial metalúrgico quien confesó que va al templo desde que tenía 17 años; ahora tiene 85. Tiene el cuerpo cansado, pero su fe está intacta.
Federico Mendoza, uno de los custodios del Señor del Gran Poder, explica que la fe por el santo llega a varios segmentos de la población, ya que no conoce de colores, apellidos o posición económica.
“Lo único que se requiere es tener fe en él y nos irá bien en todo”, dice el preste mayor Richard Carvajal... Con fe, mucha fe, un aparapita acude al templo a diario, en busca de sanar sus heridas.
El ritual de encedido de velas
Hace un tiempo que existe un ritual al encender las velas al Señor del Gran Poder. Según explica Mercedes Pérez Espejo, vendedora de cirios y portera del templo, la primera vela debe ser para el patrono.
Las imágenes son benefactoras
Las réplicas de las imágenes del Señor del Gran Poder son adquiridas por los devotos de todo el país. Unos dicen que cuida sus pertenencias y otros que les favorece en todo.
“Vienen hasta el templo desde el Perú, del lado andino, de Cuzco y ese sector. Me compran las réplicas del Señor del Gran Poder. Existe la creencia de que las imágenes del Señor cuidan las pertenencias de sus fieles. A mi tienda nunca se han entrado los ladrones y ni siquiera me han intentado robar. Esto aparte de otros dones que él me dio”, cuenta la vecina de Chijini y comerciante Magdalena Mercado de Estrada.
Otros se pasan la imagen por su cuerpo, por el lugar adolorido o por el sector donde hay una dolencia de salud, en busca de una cura.
“Tengo mi Señor del Gran Poder enmarcado en mi velador y siempre que uno de mis familiares tiene algo, un resfrío o un dolor, le paso el cuadro por donde le duele y se le calma rápido”, afirma la abuela devota Mercedes Ticona.
Otros devotos tienen sus réplicas para pedirles lo que necesitan eventualmente. “Se le pide y el Señor da, sin embargo él también exige. Tampoco es que te va a dar todo sin que uno ponga algo de su parte”, dice Ricardo Carranza.
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