Apenas comenzó a amanecer y el tronar de cuetillos y petardos se escuchó en todas la ciudades de Bolivia. El Martes de Ch’alla había llegado y ricos, pobres, de oriente y occidente, querían comenzar a agradecer a la Pachamama por lo recibido.
Negocios, casas, vehículos y otros bienes fueron adornados con coloridas serpentinas, globos y banderines. Lo confites, también de colores, fueron mezclados con las mixturas, flores y frutas que se pica para hacer la ofrenda a la Madre Tierra.
El alcohol y el vino, junto a la cerveza, fueron infaltables para echar en todos los rincones de la casa o el negocio. Nada debía quedar sin ser bendecido para atraer prosperidad.
La inclemente temporada de lluvias fue una doble razón para brindarle una ofrenda a la madre tierra, para que ya no se rinda ante las lluvias que están provocando tanto dolor entre los bolivianos.
Por eso fueron infaltables las ‘mesas’ del ritual andino para la Pachamama. Dulces, incienso, lanas, hojas de coca son los favoritos de la madre tierra.
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