Corría agosto de 1972, cuando la tranquilidad de los llallagüeños fue alterada por los hermanos Estrada. Los dos se pusieron sus botas con cascabeles e hicieron retumbar el suelo del poblado en el Norte de Potosí.
“Es una danza con una cuna bien paceña, bien de Chijini”, explica Vicente Estrada, el padre de los Caporales. Con una sonrisa pícara aclara que él nunca pensó que su creación iba a ser tan querida por los folkloristas. Es más, el año pasado el baile fue declarada Patrimonio Cultural e Inmaterial del Estado Plurinacional de Bolivia.
En la Fiesta Mayor de los Andes, siete fraternidades demostrarán su fe al Señor Jesús del Gran Poder bailando aquella danza que tiene 40 años de existencia.
Nacimiento. El 25 de enero de 1969 se creó el grupo Urus del Gran Poder. Eran tiempos en los que la kullawada y la morenada arrasaban en el gusto de los bailarines. Uno de los más inquietos bailarines era Vicente Estrada.
Dos años después, los Urus fueron invitados a participar en la fiesta de Coroico y allí, por primera vez, Vicente vio a los bailarines de la saya afroboliviana.
“Quiero aprender cómo es ese baile”, le dijo a un coroiqueño, quien le habló de un pueblo cercano donde sus habitantes eran los cultores de la danza. Fue entonces que él, por primera vez en su vida, escuchó el nombre de Tocaña. Se propuso llegar al sitio y aprender el baile.
Vicente estuvo un mes en el poblado de Nor Yungas, convivió con los afrobolivianos y bailó con panderetas y bombos... hasta que descubrió al caporal.
“Era el hombre que mandaba, era quien hacía despertar a las cinco de la mañana y enviaba a trabajar a los peones”, explica Estrada.
Al volver a la ciudad de La Paz iba repitiendo algunas tonalidades de la saya. Después, junto a su hermano Víctor, comenzó a crear un ritmo y baile propio.
Ambos eran deportistas, jugaban en el White Star de Chijini, y conocían los pasos de baile de otras danzas.
Entonces, saltaron y movieron los hombros; bailaron para seducir. Cuando iban a tomar unos tragos canturreaban y de ahí nació el éxito Ese vaso de cerveza. Ellos no tocaban ningún instrumento y sólo unían palabras dándoles ese ritmo, basado en la cultura afroboliviana.
Fue en agosto de 1972 cuando presentaron la danza en un lejano poblado minero de Potosí y nunca pensaron que se harían inmortales gracias a sus botas de cascabel.
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