Fue un desfile rápido, ciertamente. Los organizadores de la Asociación de Conjuntos Folklóricos del Gran Poder obligaron a cumplir horarios, así que por la avenida Baptista hubo, desde las 07.30, una maratón de sicuris, achachis, cholas, diablos, tinkus. Había que verlos correr por la cuesta para dar alcance al grupo y acomodarse en los bloques.
Esto obligó a muchos a pasar raudos por las calles cercanas a la plaza Garita de Lima, casi sin coreografía. “Bailen, pues”, les reclamaba el público. Ciertos bloques, como los primeros de la morenada del Transporte Pesado, bailaron sólo al son de las matracas o sus cantos, muy desganados, pues la banda quedó atrás, lejos.
Tanta presión provocó ácidos reclamos de parte de los bailarines que, dijeron, no pudieron demostrar los pasos que les tomaron meses de ensayo. Y no pocos habrán llegado tan tarde, que bailaron sólo en la recta final.
Explosión. Pese a todo, el Gran Poder demostró que es brillo, contraste, encaje, exceso... La marejada que se deslizó, a veces dificultosamente, esquivando a público y vendedores —no pocas veces se oyó gritar “déjennos bailar”—, mantuvo cautivos a los espectadores, que se adueñaron de las sillas a partir del mediodía.
Es verdad que el retumbar de las bandas hace eco en la humanidad incluso de quienes no bailan, pero que se contagian del ritmo. Pero lo que provoca la reacción alborozada de la gente, los comentarios entusiastas, las críticas y discusiones, es el vestuario. No puede ser de otra manera. El primer golpe cada vez que aparece un nuevo grupo es el del color.
Este año, el verde en todas sus gamas se impuso: turquesa, agua, limón, petróleo, hoja seca... en degradé o en contraste con morado, café, amarillo, fucsia, blanco, azul. Pero también destacaron otros conjuntos: blanco entero, de pies a cabeza para las cholas guía; blanco y plomo para las cholas, café con azul para las cholas antiguas. Y lo mismo para las camisas y corbatas, pantalones, forros de las casacas de los morenos.
Mantas en arcoíris o corsets como wiphala a tono con las botas... Uñas y párpados del color de las polleras y los zapatos. Las posibilidades resultan infinitas. Y esto parece saciar las ansias de fiesta entre el público
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