Rememoro con mucha alegría espiritual, pero con lágrimas de sentimiento, lo que en mis cortos años de niñez pude convivir junto a quienes fueron ejemplares padres de familia, y con cuyos hijos tenemos eterna y verdadera amistad, por lo que rememorar esos momentos es viajar con el pensamiento a esas pasadas épocas, donde vivir en Tarija era estar verdaderamente en el huerto feliz del paraíso terrenal.
Las franquichuelas carnavaleras comenzaban propiamente conforme la prolongada Navidad y la adorada a los niños tocaba su fin cuando una de esas tardes, al comenzar la noche en las inmediaciones de la plaza, se cruzaban frente a frente el niño adorado de retorno de su misa en la catedral, celebrada por el obispo monseñor Fray Nicolai, y la comparsa de los huajchos o pintones, que comenzaba las precarnavaleras en la fuente central de la plaza Luís de Fuentes y las fiestas en la esquina donde era la casa de los “chafitas” Ruiz.
Era el tiempo cuando en el Club Social, en la planta alta don Jorge Paz Rojas jugaba cartas renegando, porque a cada rato los otros timbeadores le decían: “Don Jorgito un cigarrito por favor”. Hasta que un buen día lo sacaron de las casillas y éste se puso a fumar cachimba, y mientras esperaba en la puerta del club a sus virtuales rivales fumando la pipa con tabaco importado olor a chocolate, bien recuerdo que a “Sacacho” Ávila le decía: “espero que no me pidas una billita de mi cachimba, ¿no?”…
En la mesa central del segundo piso del club social y mientras se organizaban para las largas jornadas de la timba es donde como parte de las apuestas se hacían desafíos poco usuales y, como se diría, cultivando la imaginación del tarijeño que es más elocuente que las arañas detrás de las moscas.
Más que jugar y apostar era la secuencia de encontrarse entre amigos para hacer verdaderos negocios, porque las apuestas eran tan insignificantes que muchas veces, cuando la administración del club y el secretario permanente que por entonces era el hijo de Don Aníbal Cazón “Chato Cazón”, subía a anunciarles de que por falta de fondos el club no daría a los socios barajas de naipes para jugar, era cuando todos lo miraban a don Alfredito Rojas y, antes de que le digan nada, decía al secretario del club: “Chato, andá a la tienda frente a la Casa Dorada y dile a los empleados que te den o traigan …cuantas barajas quieres y falten…”
En esas tertulias se armaban siempre las verdaderas fiestas sociales diversas conforme pasaba el año; y para carnaval, como dicen los chapacos: ¡antecitos! Eran las carreras de caballo en San Lorenzo. Allí en la llamada Tarija Cancha, que era el huerto feliz, hermosas zagalas con la flor en la oreja y bien vestidas con ramos de albahaca en la mano, acudían al encuentro, ellas eran lo que entre los amigos decían con cierta ironía y sarcasmo propio de las costumbres… “deliciosos y jugosos duraznos para el rompe o al menos pa’l k ´anchón”….
Después de la feria de Tarija Cancha, la casa de Don Eloy Martínez, situada pasando el puente, al que le llamaban de apodo “Zorro Martínez”, era el punto de encuentro de los señoritos que fueron al rodeo de San Lorenzo con motivo de que el carnaval de Sella estaba siendo anunciado en esa feria, a la que llegaban de todas partes circundantes a San Lorenzo.
El pernocte era casi seguro porque era fin de semana y, además, porque mientras en la casa del “Zorro” Martínez se hacían los preparativos para el pernocte y la dormida, no todos estaban en esos trajines, ya que los más vizcachas con ojos de águila ya estaban mirando a la esquina del frente, donde había “bandera blanca en alto” y vivía una linda y bella mujer que no rompía corazones, sino todo cuanto yambuy de chicha a sus pies los galanes ponían y le cantaban contrapuntos. Era la casa de la “Miss San Lorenzo”.
En los automóviles de don José “Káiutu pollera” Cavero, “Vientito” Morales; Pulgas, Sopapo, y si era necesario trasteando colchones y demás prendas, en el camión de don Otto Resse, no había inconveniente porque mientras los papás armaban su fandangueada musical, los changos amigados con los hijos del zorro, corríamos a la huerta y de allí después de pallarse ricos duraznos, manzanas, granadas, uvas, higo y toda clase de fruta, tomábamos carrera rumbo al río Guadalquivir, que en esa parte de San Lorenzo era más amplio y el caudal más cristalino, como se decía: “churo lugar para bañarse”…
Cuando regresábamos de bañarnos, a lo lejos ya se escuchaba el erke y la caja y, conforme nos acercábamos a la fiesta en el patio de la casa de la “Miss San Lorenzo”, el ruido era más claro y nítido del zapateo, cual si fuera el paso de un tropel de pingos cargados de ansiedad por correr en los verdes campos de Tarija Cancha.
Desde la puerta veíamos la rueda al son del Erke y la caja como si fuera una academia de danzas debutando… y entre calados, con las lindas y bellas mozas convidadas a la fiesta, estaban todos aquellos amigos que los domingos estaban jugando al tenis, por las noches jugando cartas en el club y acudiendo a todas las invitaciones sociales. No daré por hoy los nombres porque no quisiera que sus hijos o nietos me digan que eso no era así.., pero bien recuerdo de que junto a mi padre, estaban don Arturito Lema, Otto Resse, Eloy Martínez, el profesor Molina apodado “Uturungu” y los infaltables guitarreros que amenizaban tamañas contrapunteadas, que eran además los entrenamientos para la llegada de La Pascua Florida.
Pasada la fiesta y el día entero bien disfrutado, a la mañana siguiente, muy de mañanita y antes que salga el astro rey, en la puerta para darse la despedida a los visitantes y sus familias, estaban cuatro, cinco o más vacas con sus crías y conforme apeaban sus pertenencias a las movilidades, era cuando los anfitriones sanlorenceños en vasos cristalinos, a las visitas que se iban, les ofrecían la rica ambrosía o más conocida “leche al pie de la vaca”, mezclada con singani de uva moscatel cosechada y procesada en la cercana tierra de Sella, donde las mujeres mas hermosas de Tarija se encontraban, como dicen los tarijeños…. “como uvas maduras lindas y dulces para robarles el Amor...”.
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