Dominaba la República el funesto gobierno del sexenio, que tantos males ha causado a Bolivia, con desmembraciones territoriales, fusilamientos, persecuciones, confiscaciones de bienes y mil otros abusos, que hicieron retroceder a la nación a los tiempos de la conquista.
No había cómo ni expresar siquiera moderadamente las opiniones, censurando los actos de ese gobierno, pues el espionaje llegó a tan alta escala, que cuando uno menos lo pensaba iba a pasarla en el “volcán” (celda), lugar fétido, oscuro e inmundo, sin cama, ni luz, ni siquiera un pitillo.
La tiranía es la fiebre de los desequilibrados, y ello sea dicho con perdón del de las Letanías.
Y al grano, señor Arellano.
En el distinguidísimo centro social del Club Unión, que entonces ocupaba una de las casas de la calle de los Bancos y era propiedad del señor Manuel Arana, se había dispuesto por el comercio un espléndido baile para el sábado de carnaval en la noche, al que concurrieron las principales autoridades, 110 señoras y señoritas, 150 caballeros y jóvenes, de los cuales estamos seguros, todos pasaron a buena viva.
La reunión se deslizaba en medio de la más alta cultura y fina cordialidad, como todas las que se realizan en este núcleo de personalidades meritorias, pertenecientes a los diversos centros de la actividad social.
Hallábase de Jefe Superior Militar de los departamentos del Sud el general Lanza, quien había ordenado se llevase al Club, para resguardar el orden y procurar la compostura mayor en la mosquetería, un retén de ocho hombres, de la columna Sucre, bajo el mando del teniente 2°. Augusto Aldunate. Era comandante de la columna don Joaquín Taborga.
El baile estaba en su mayor apogeo y las diversas parejas danzaban que era un primor, anunciando así que las fiestas de dios Momo de ese año serían verdaderamente enloquecedoras.
Así las cosas, se oyeron en la puerta principal, gritos e interjecciones de subido color, hasta tanto que se produjo un tumulto enorme y un desorden mayúsculo. Presente el dueño del establecimiento para averiguar qué es lo que estaba pasando, pudo comprobar que el comandante de guardia se hallaba entre San Juan y Mendoza y quería que se le franquee toda la cantina para sus subordinados, al grito de ¡Viva Melgarejo!
Se le pudo convencer que no era correcta su conducta y que se retirase la guardia, por ser ya innecesaria. Así los hizo Aldunate, habiendo quedado, al parecer, todo apaciguado, cuando menos se pensaba, a la hora y media regresó nuevamente aquel, con los suyos y se introdujo al Club, en actitud hostil y amenazadora.
Varios caballeros y jóvenes quisieron dete-ner a los de la guardia; pero fue inútil, porque el comandante mandó que cargasen sus armas y los fusilen a todos los que participaban del baile carnavalero, sin consideración alguna.
Aquí se produjo una de Dios es Cristo y Luzbel su hijo maldito; pasaron al salón de baile e insultaron a las señoras y señoritas, con palabras y dicharachos capaces de poner de punta los pelos a un lobo de mar.
Hubo pataletas, soponcios, desmayos y el baile terminó como nunca ni jamás se habría esperados. ¡Maldita noche del 2 de febrero de 1867!
Informado el comandante Taborga de todo lo ocurrido, mandó al teniente Francisco Cór-dova, para que recogiese la guardia al cuartel. Córdova fue recibido a estocadas por Alduna-te, habiéndole herido en el brazo derecho, a cuya noticia fue Taborga en persona, retiró a los soldados y ante su presencia fugó el de las fechorías, lanzando rayos y culebras, sin duda por no haber salido con la suya de hacer fusilar a todos, a la voz de ¡Viva Melgarejo!
Cómo han cambiado los tiempos.
No pararon aquí las cosas, puesto que Aldunate dirigió una carta de queja y denuncia a S.E. contra el comandante Taborga, asegurando en aquella que por ser leal al gobierno y por haber tratado de parar la célebre noche los insultos que se oyeron contra éste, era objeto de vejámenes y ultrajes, hallándose en el volcán y con centinela de vista. Se aseguraba también en la carta que los del baile y la mosquetería gritaban a cada momento: ¡Viva la soberanía; abajo la fuerza!
Con este motivo, se mandó la organización de un rápido sumario militar contra el pobre don Joaquín Taborga, haciendo de juez el mayor de plaza coronel Pedro P. Barrios, y de secretario el capitán José Manuel Azero.
De la prueba realizada resultó que Taborga había cumplido con su deber y era inocente, siendo falsa y calumniosa la denuncia, por suya razón se condenó a Aldunate a un mes de arresto en el cuarto de banderas.
Y fue el mismo Taborga quien hizo ejecutar la resolución su perior, restregándose las manos, como quien dice: Aquí caiste, pajarraco de mal agüero.
Así se frustró el baile carnavalesco del 67, en el Club Unón, pero así también la pagó el torpe que intervino la fiesta.
Nota tomada del libro “Tradiciones bolivianas” del Dr. NICANOR MALLO.
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