Ya el domingo, se bailaba en la tarde. A eso de las 5 cada comparsa llevaba en hombros a uno de sus integrantes como Dios Momo, y se iba al Puerto (hoy Puente de la Amistad) en una procesión donde varios de sus integrantes lloraban la muerte del Carnaval, personificado por el que llevaban en hombros, llegaban al río, que en este tiempo tiene bastante agua, y ahi nomás lo lanzaban…
Era la década de los sesenta, febriles años del pasado siglo XX. Los niños y jóvenes jugaban con globos (“bejigas”) solamente en las tardes, y era una regla no escrita que sólo se permitía las mojazones hasta las 6 de la tarde. A partir de las 3 salían las comparsas formadas por todos los integrantes de las familias vecinas a saltar en las calles principales, al son de aquellas bandas de músicos que les decíamos “chusos”.
Todos esperaban la salida de “Las Negritas”, eran un grupo de unas 35 damas, casadas, solteras, viudas, que salían a las calles a saltar, e iban a unas dos casas a descansar, tomar un traguito, bailar, y salían de nuevo. Toda esta actividad era solamente hasta las 6 de la tarde.
En la noche, habían bailes carnavaleros en el Hotel Pando (hoy Hotel Nanijo), el Fantasio, el Club Social Cobija (frente a la plaza principal), donde a partir de las 9 de la noche explotaba un derroche de alegría al ritmo de las bandas de músicos con musica exclusivamente brasileña: Sambas, Marchiñas, Carnaval, Xote.
Y a la media noche, en los salones, se jugaba con talco, se arrojaban a la cara, y habían (los más pudientes) quienes se compraban unos chisguetes especiales perfumados, de industria peruana, y apuntaban a los ojos, ¡que era un ardor de padre y señor mio!. Y no faltaban algunos, los menos, que mojaban sus pañuelos con ese perfume peruano para aspirarlo y “volar”. Con el tiempo, el gobierno del Perú prohibió su fabricación.
Aquellos bailes duraban hasta el amanecer. Para Carnavalito la mojazón era hasta la misma hora, sólo que era el vale todo, pues a parte de mojar, se tiraban con barro y hasta con bosta de animales.
Ya el domingo, se bailaba en la tarde. A eso de las 5 cada comparsa llevaba en hombros a uno de sus integrantes como Dios Momo, y se iba al Puerto (hoy Puente de la Amistad) en una procesión donde varios de sus integrantes lloraban la muerte del Carnaval, personificado por el que llevaban en hombros, llegaban al río, que en este tiempo tiene bastante agua, y ahi nomás lo lanzaban… Listo, era el fin del Carnaval cobijeño. Y había la creencia de que quien acompañaba llorando al Rey Momo, en menos de un año lloraba por la muerte de un familiar.
Para el investigador Guillermo Rioja, “durante el Corso cobijeño las comparsas tradicionales a la usanza del viejo Santa Cruz despliegan su colorido y alegría y se inserta de manera más elocuente el folklore andino demostrando un sincretismo cultural”, explica la profesora Leny Nataly de Miahuchi.
Para nosotros, dice Selva Estrada, “el Carnaval pandino es una fiesta multicultural que combina tradiciones amazónicas ancestrales (elementos culturales de nuestros pueblos originarios, lo siringuero – castañero, la selva) con las tradiciones de migrantes cruceños, brasileños y últimamente andinos.
Este contacto entre culturas diferentes no llega alterar la identidad de sus portadores, es decir que se produce la cultura diáspora de frontera, en la que el pandino se mantiene íntegramente pandino y los otros, igualmente, son los otros”.
Otra particularidad del Carnaval pandino —agrega la maestra y poetisa— es la realización del primer corso campesino, que desde 2006 organiza el Distrito cinco de Cobija, distante a ocho kilómetros de la capital, en el que participan las comunidades rurales de Bella Vista, Sujal, Abaroa, Alto Bahía y Villa Busch; allá lo amazónico se destaca con alegría y mucho color.
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