Los bolivianos tenemos militancia de guerra en la danza. Bailamos a fuego con el convencimiento de que somos los mejores. Bástenos enumerar la cantidad de “entradas” folklóricas que celebramos todo el año. Y somos.
Vistosos de atavíos y precisos en el ritmo, con espíritu de comparsa disciplinada, somos puntuales en la escuadra coreográfica, aunque no sepamos aún aplicar esos rigores en nuestra vida cotidiana, en la práctica política, en la convivencia social.
Pero entornemos esta lectura en los bordes de la cueca, esa poderosa creación independentista erigida sobre los aires de la jota colonial, arábigo-andaluza, de la que derivaron danza-danzando la zamba argentina, la cueca chilena y la marinera peruana.
Nuestra cueca tomó pie hacia 1850 para celebrar la bandera republicana propuesta de colores por el presidente Manuel Isidoro Belzu, el primero que gobernó con las clases populares, obreras e indígenas. El legendario “Tata Belzu”.
Desde la mitad del siglo XIX, la cueca se puso a bailar con un pañuelo tricolor para airear el garbo de la mujer y el donaire del varón. El acoso masculino, alentado por la coquetería de ella (que quiere-que no quiere), tiene sus fases-pases de adentro, vuelta, quimba y ahora, voces que mandan a abordar, rodear, tentar y coronar la colusión amorosa, consensuada.
Sobre esa historia sugerida y después de ver bailar en mi juventud a la airosa Martha Salinas, compuse un soneto en versos alejandrinos.
“La cueca boliviana: Y se va la primera preparando el encuentro/ de un ardiente deseo y un hielo de mujer,/ dos pañuelos se agitan cuando con voz de adentro/ llora, llora el alma mía penas del ayer.// Él es un fuego vivo que intenta en cada vuelta/ desatar el incendio con más aire, más aire,/ ella es la flor del frío, bandera que revuelta/ ondea en la sonrisa glacial de su donaire.// La quimba llega ardiendo y el hielo se derrite/ caderas, hombros, labios, se ofrecen en convite/ y el deseo de ambos crepita en un hechizo.// Ahora la cueca saca chispas de amor al piso/ hombre y mujer celebran su erótico barullo/… y en el vaivén del alma, vidita, echa tu orgullo”.
Cualesquiera que sean las letras que se den a la cueca, la coreografía confluirá en el logro del deseo. La cueca es un tablado de propuestas delicadas y audaces provocaciones, decía la tarijeña Ada Rosa Arenas, bailadora de la estirpe chapaca.
Al empezar el siglo XX, los músicos andaban con los vates para poner cada quien su cada qué. Siempre el poeta y el músico. Dos identidades para la entidad de la cueca. Sin plagios, sin trampas enflautantes. Con mutuo respeto a la obra del otro. La cueca es de dos.
Así, eran aliados Miguel Ángel Valda y Rafael García; Simeón Roncal y Nicolás Ortiz Pacheco; Daniel Sosa y Jaime Medinaceli; Gilberto Rojas y Alberto Ruiz, Calderón Lugones y Alberto Arteaga. “Ay, ay, Pepita Peralta, musa de la cueca al vuelo, si ves que el amor me falta dame aire con tu pañuelo”.
La poesía ha de asilarse en la memoria popular con el aval de la música. Hay, claro, melodías que no necesitan de palabras, como existen versos que prescinden de instrumentos musicales.
Willy Claure (“su mano preguntando a la guitarra”, dijimos de él) logró pulir el sonido de una piedra semipreciosa de Jaime Saenz en su novela “Felipe Delgado”: la cueca “No le digas”, qué bella. Imposibles de olvido son las creaciones acuecadas de Matilde Cazasola, Percy Ávila, Nilo Soruco, César Espada, Edgar Bustillos, Gonzalo Hermosa, Jesús Durán, Marco Lavayén, William E. Centellas, Rolando Malpartida, entre los primeros veinte. En los registros de la Sobodaycom hay referencia de ellos.
Pero la cueca es hembra y la fiesta mestiza prefiere el timbre femenino para vibrar de historia que luego será leyenda. Por eso cantan y encantan las aureoladas por la gratitud nacional: los duetos de las Arteaga, Espinoza y Saldaña. O las míticas Kantutas. Por eso también las muy queridas solistas que agitan sus pañuelos en la tregua de la quimba: Zulma Yúgar, Enriqueta Ulloa, Gladys Moreno, Emma Junaro, Jenny Cárdenas, Guisela Santa Cruz, Esther Marisol, Betty Veizaga…
Que siga corriendo el sonoro río por debajo del puente alzado por los Kjarkas, Música de Maestros, Amaru, Los Brillantes, Wara, los Cantores del Valle, Altiplano, Pepe Murillo y, entre cien más, aquel inolvidable ensamble de piano, acordeón y charango que para honrar a la cueca forjaron Castellanos y Torrico. Más antes, el artífice de la cueca chuquisaqueña en las teclas blancas y en las teclas negras: Fidel Torricos.
Ameritará otro texto (“¡y se va la segunda!”) para describir la coreografía cuequera según el humor del clima regional. La cueca boliviana es la única en América Latina con diferencias bien partidas en La Paz, Chuquisaca, Potosí, Oruro, Cochabamba y Tarija. El tinku es el mismo donde sea, como la morenada y otras ocho danzas de avenida abierta con su semblanza única. La cueca es diversa, sin ser plural.
Digo, es un decir, si los letristas se acercaran a los compositores y viceversa, la creación sería “el dije del que te dije”. ¡Cómo no! Esta es la cueca bonita, al nivel de tu belleza, la vida que siempre empieza, en tu pañuelo se agita. ¡Ahora, manos!
“Pero la cueca es hembra y la fiesta mestiza prefiere el timbre femenino para vibrar de historia que luego será leyenda. Por eso cantan y encantan las aureoladas...”
El Dr Rafael García Agreda Rosquellas escribió muchas letras de cuecas, Rector de Derecho de la Universidad de Chuquisaca,de familia criolla ,también escribió poemas y ciencia ficción.
ResponderEliminarLa cueca es criolla 100%.
En las fiestas de gala de fin de año en los clubes privados después de la media noche,las damas de largo y sus parejas bailaban Viva Bolivia.
Y otras cuecas.