Benito Cruz Patón llegó a la ciudad de El Alto en 1961 procedente de la comunidad Tambillo, ubicada en la provincia Los Andes. En la urbe alteña decidió establecer su hogar en la calle René Vargas de la zona Ballivián donde hace más de 50 años pone todo el esfuerzo en su labor con la firme convicción de lograr las mejores caretas y máscaras para danzarines, quienes, producto de su increíble habilidad y destreza en la construcción de las mismas, sienten un gran respeto y admiración.
Tiene 68 años de edad, nació el 23 de Marzo de 1937 y se podría decir que se encuentra cansado por la edad y el tipo de trabajo sacrificado que realiza durante muchos años, pero su “increíble carácter indomable” combinado con su esfuerzo y buenos sentimientos hacia las personas, lo impulsan para continuar con su labor
Bajo la percepción de quienes lo conocen en su barrio, es querendón como ninguno de sus siete hijos quienes a lo largo de la sacrificada labor de artesano de su padre ahora con mucho orgullo todos cuentan con una profesión.
Don Benito, como es llamado por los vecinos y amigos cercanos, tiene guardados entre sus recuerdos facetas inolvidables de su labor, pero cuando es consultado por las personalidades que en algún momento llegaron a su vida las lágrimas llenan sus ojos.
Comenta que logró conocer autoridades de diferentes índoles, entre alcaldes, concejales e incluso a algunos expresidentes del país, sin embargo, “de los tantos que gracias a Dios tuve como amigos en este momento puedo recordar a uno que jamás podré olvidar, lamentablemente él ya partió al más allá, se llamaba Manuel Paucara, un tiawanakense que supo comprender todas mis cosas como ningún otro amigo a pesar de que fue un familiar yo siempre lo tuve como un gran amigo que pena que se me haya adelantado en el camino”.
Un mascarero, a quién encontramos en el sitio donde hace mucho tiempo atrás comenzó a construir máscaras para todo tipo de danzas folklóricas, vive junto a todo el material necesario para la fabricación de caretas de morenos, diablos y todo lo concerniente a los bailarines. Él todavía trabaja de manera artesanal utilizando un material que reúne condiciones de plasticidad como otras, pero con una condición innata construye caretas logrando darle formas increíbles con instrumentos que para algunos ya se constituirían en una pieza o herramienta de museo comenzando de un choko, el mazo, martillos, martilletes, tijeras corta latas y otras herramientas como el cincel que hacen que su trabajo llegue a ser terminado en una maravillosa obra de arte que producto del fino acabado es la envidia de propios y extraños.
Don Benito, un hábil exponente de nuestra cultura popular, ha convertido su trabajo artesanal en una actividad familiar que es muy común en el país y especialmente en la región occidental, donde en otro tipo de negocios de este tipo también se trabaja en familia, logrando obras de mejor calidad, consiguiendo un estilo propio que le ha dado el lugar de ser catalogado como un artesano de talla internacional por la calidad y el fino acabado expresamente construido con manos propias como pocos otros consiguen hacerlo.
Todo este trabajo no sería logrado sin la colaboración y apoyo de su esposa, la señora Bernardina, quién con la habilidad adquirida y con la experiencia de muchos años en el negocio le da los toques finales en la pintura apoyado de sus siete hijos.
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