8 de diciembre de 2014

Pujllay orgullo del país y de la humanidad



Pujllay chayamusan! ¡Pujllay chayamusan! (¡Estamos llegando a la fiesta!) anuncian desde lo lejos el ingreso de los danzantes. Ellos vienen desde donde se encuentra la pukara al ritmo de las campanillas en la cintura y espuelas con cuatro discos de metal en cada ojota de madera de entre 10 y 15 centímetros de altura. Se trata del acto central de la festividad de Tarabuco o del Tata Pukara, perteneciente a la cultura yampara, que tiene como elemento fundamental a los pujllay. Varios llegan en caballos adornados con tejidos hechos por las mujeres.

Otros acuden a la fiesta caminando, al ritmo del pinkillo, seguidos por familiares y con los gritos de ¡Pujllay chayamusan! ¡Pujllay chayamusan! Las expresiones culturales del pujllay y del ayarichi, del departamento de Chuquisaca, fueron declaradas, el 26 de noviembre, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura).

La fiesta de Tarabuco

De acuerdo con los datos históricos que envió el Ministerio de Culturas a la Unesco para justificar la importancia del pujllay y del ayarichi, los indígenas yampara, quienes fueron conquistados por el imperio incaico, rechazaron la arremetida de los chiriguanos de tierras bajas. Ese pasado combativo se refleja en la danza del pujllay, que también es representado para conmemorar la victoria de los guerreros yampara sobre las tropas españolas durante la guerra de la independencia, el 12 de marzo de 1816 (ver nota de apoyo).

Desde entonces, el baile del pujllay —que traducido del quechua significa fiesta y tradicionalmente es un agradecimiento a la Pachamama por la cosecha— se convirtió también en una celebración de la victoria militar. Esta memoria guerrera se restablece cada año en la celebración de la Festividad del Pujllay o del Tata Pukara, que se lleva a cabo generalmente el tercer domingo de marzo.

Durante la fiesta en Tarabuco, los bailarines se reúnen en la antigua estación de trenes, donde se celebra una misa; dan una vuelta a la plaza a modo de ensayo para luego presentarse en la Entrada autóctona y terminar el baile en la cancha principal, donde se levanta una pukara, que es una escalera de dos palos unidos por peldaños o arcos forrados con flores y plantas, y adornada con toda clase de alimentos, incluyendo frutas, pan, cerveza, refrescos y otros, según la explicación del libro No se baila así nomás, de Eveline Sigl y David Mendoza.

La pukara simboliza la abundancia o la fuerza del pasante, es decir de quien organiza la fiesta. Cuanto mejor esté adornado el arco, mayor será su prestigio, señala, por su parte, el artículo La festividad del Tata Pukara, de Marco Wakatika, publicado en el boletín Chitakolla.

La vestimenta del pujllay

Según notas de prensa, en 2012 se levantó la pukara más alta de la festividad tarabuqueña, de ocho metros de altura, cuando el presidente Evo Morales fue pasante de esta celebración. Una vez instalada la pukara, los músicos interpretan wayñus acompañados por 10 a 20 pinkillos, un tuquru y dos waxras (cuernos), se detalla en el libro escrito por Sigl y Mendoza. El sonido de los pinkillos y de las espuelas de los bailarines es asociado con el Tata Pujllay, encarnación de las fuerzas demoniacas y de las riquezas de la tierra, una entidad espiritual que llega desde la montaña, cavernas o ríos. Las espuelas y las campanillas colocadas en la cintura de los bailarines visualizan la relación que tiene el Tata Pujllay —también llamado supay o tío— con los metales.

Para los días cotidianos, los hombres visten una montera al estilo de los colonizadores españoles, hecha con cuero de chivo. Para la festividad se emplea una montera que es adornada con flores de tela fucsia o blanca y forrada con virutilla, que hacen referencia al florecimiento de la naturaleza.

Sobre pecho y hombros se colocan dos pequeños ponchos llamados unku. Además lleva una almilla (camisón) y dos pantalones tres cuartos (calsuna), uno blanco y otro negro. Las nalgas se cubren con el siki unku o qhepa unku, el mismo poncho como el unku pero sin abertura para la cabeza, indica en No se baila así nomás.

Como cinturón se usa un cincho de cuero de unos 20 centímetros de ancho, decorado con ojalillos y figuras pintadas de negro, de caballos y la pukara, principalmente. Encima va el pital, una franja de cuero más pequeña de la que penden decenas de campanillas de bronce, que muestran la cantidad de cabezas de ganado que tiene el danzarín. Sobre la espalda se encuentra la cofia, parecida a la estola de los sacerdotes, que consiste en dos franjas de tocuyo forradas.

Sobre las pantorrillas se colocan polainas con figuras características de los tarabuqueños. Las ojotas tienen varias capas de madera y suela que generalmente llegan a una altura de entre 10 y 15 centímetros. Son sujetadas con tiras de cuero y en la parte trasera llevan espuelas de fierro, que pueden pesar hasta dos kilos cada una. En cada una de ellas hay cuatro discos. De acuerdo con la explicación de Sigl y Mendoza, existen varias interpretaciones de este calzado: “Puede considerarse como una burla hacia los españoles, una muestra de superioridad o una prueba de la excelencia del bailarín (ya que no es nada fácil bailar varias horas con estas ojotas)”.

Finalmente están las ch’uspas y los pañuelos color fucsia, uno doblado en triángulo y puesto sobre la espalda y otro amarrado al cincho y que es agitado al bailar. Desde hace un tiempo también participan las mujeres en la danza del pujllay. La vestimenta femenina comprende una pacha montera con forma de barquito, una wincha de monedas y cintas de color, una lliqlla (aguayo), almilla (vestido negro), topos (prendedores) y cadenillas de plata. Bailan agitando banderas blancas, un símbolo para las nubes y las flores de papa.

El ayarichi es de la época seca

El ayarichi, nombre de la danza y del instrumento aerófono que la acompaña, es también una expresión de la cultura yampara que se interpreta en fiestas patronales y en acontecimientos sociales de la estación seca, señala No se baila así nomás.

Según el documento elaborado por el Ministerio de Culturas, el ayarichi es probablemente una danza precolombina, pues los instrumentos llamados ayarichi son citados en fuentes coloniales. No se sabe aún cómo se ha modificado esta danza durante las épocas colonial y republicana; sin embargo, fuera de los instrumentos, la música misma (escalas y tipo de intervalos) parece ser también muy antigua.

Se sostuvo que el ayarichi es una danza para muertos, pero no es fúnebre y la actitud no está ligada a las personas fallecidas, más bien está vinculada a la alegría. Ello puede deberse a que para los españoles, en el siglo XVII, la música andina les era ajena y la calificaban de “satánica”.

El ayarichi se baila en la temporada seca, en el momento de las fiestas dedicadas a los diferentes santos católicos que rigen el orden social y cósmico, actúan sobre la conservación de la vida y la conservación y reproducción del ganado. El grupo ayarichi es un conjunto musical integrado por siete personas (no pueden ser más o menos). También participan dos guías, adultos que tocan los ayarachis (flauta de pan) y las wanqaras (bombos grandes poco profundos); dos niños llamados “uñas” (crías) que adquieren respeto y responsabilidad después del baile. Tocan solo ayarachis. También participan dos “taquij” (bailadoras) o ñustas (jóvenes bellas de la comunidad) que van vestidas con ropa de fiesta. El manto o pañoleta blanca que llevan sobre la espalda representa la pureza de estas jóvenes. Bailan en dos filas, con movimientos hacia adelante y hacia atrás en forma cadenciosa.

Sus trajes son semejantes a los de las bailarinas que más recientemente se integran al pujllay, siendo su rasgo más notable, como en aquellas, el uso de una pacha montera. Llevan, sin embargo, como algo propio de la danza de ayarichi, una pañoleta blanca colgando en forma de rombo por la espalda, y en cuyo centro incrustan un adorno de lana, como una flor, de color rosado. Es interesante que una segunda pañoleta que cada danzarina lleva amarrada con la de su vecina y las obliga a bailar en paralelo, es siempre rosada: es, tal vez, la nota más brillante de color en esta danza, que, no obstante, por ir enrollada y anudada, no resalta como la pañoleta de los pujllay.

Un personaje cómico, el machu k’umu, en la actualidad en vías de desaparición, se encarga de guiar al conjunto. Los colores de los trajes, los elementos musicales y los movimientos del baile ayarichi son sobrios, contenidos, ecónomos, reflejando así la restricción que impone el tiempo seco.

Ambas expresiones de la cultura yampara son ricas en sus significados y en su historia, por lo que hay mucho más por investigar y aprender.

¡Pujllay chayamusan! ¡Pujllay chayamusan! El pujllay y el ayarichi no solo que han llegado para ser patrimonio de Bolivia, sino que ahora lo son de la humanidad.

La valentía de los yamparas en la Batalla de Jumbate

El libro Doña Juana Azurduy de Padilla, de Joaquín Gantier, relata lo ocurrido en la Batalla de Jumbate, el 12 de marzo de 1816, que sirve de referencia para la celebración de la Festividad del Pujllay, cuando indígenas yamparas derrotaron a un contingente del ejército realista español.

Los realistas no solo habían sido derrotados por las guerrillas de Manuel Ascencio Padilla y Juana Azurduy, sino también por Jacinto Cueto en Sopachuy. Estas victorias alentaron a los indígenas de Tarabuco, quienes se sublevaron y encerraron a los peninsulares en la región entre La Laguna y Takopaya.

Desesperado, el militar español José Santos La Hera vio el modo de abrirse paso a Chuquisaca con el batallón Centro, comandado por el coronel Castilla, y el de la Guardia del General, que por el color de su uniforme era conocido por el nombre de Verdes, y que estaba dirigido por el coronel Herrera.

Como la tropa carecía de alimentación y cabalgaduras, se hizo una nueva requisa de ganado caballar y bovino en la región que dominaban.

Elegido Castilla para abrir el paso deseado, salió muy seguro de su intento, pero, apenas transcurrido un día de marcha, volvió derrotado y sin el ganado ni las cabalgaduras, que le habían sido arrebatadas por los indígenas. La Hera, exacerbado, puso de lado al coronel, y llamando a Herrera, que tenía fama por su valor y por ser sanguinario, le dio la orden de abrirse paso a sangre y fuego. Pocas leguas caminó Herrera cuando nubes de montoneros lo acometieron, pero siguió adelante. A sangre y fuego avanzó hasta llegar, el 12 de marzo de 1816, a Jumbate, situado entre la serranía de Carretas y Tarabuco. Allí lo esperaron los indígenas tarkafucus (nombre del que viene Tarabuco), comandados por Pedro Calizaya, Idelfonso Carrillo, Prudencio Miranda y el mestizo José Serna.

El indígena Carrillo agitó su montera en el norte, Calizaya en el sur hizo otro tanto, Miranda estaba en el este y, para completar los cuatro puntos cardinales, Serna avanzó por el oeste. Una vez acorralada la Guardia del General, Herrera ordenó formar un cuadro, y él se situó en el centro. Los montoneros atacaron a pedradas, pero los fusiles españoles barrieron las primeras filas. Carrillo levantó un cadáver y lo arrojó contra los españoles, lo que produjo el entusiasmo entre sus hombres. Los españoles, confiados por la serenidad de su jefe, avivaron el fuego.

El espacio estaba sembrado de cuerpos sin vida; por un tarkafucu muerto aparecían diez indígenas con renovado ímpetu. Las municiones se agotaban y la hueste montonera avanzaba ciega de furor. La gritería era infernal. Los puntos cardinales se habían llenado de indígenas, que con audacia increíble se lanzaban sobre el más bizarro y valiente batallón realista, el Verdes.

“A la bayoneta”, ordenó Herrera, y éstas se clavaron en los cuerpos. Calizaya y Miranda, escudándose con los cadáveres, saltaron en medio de los españoles. Allí fue la matanza. Ningún cráneo quedó entero al golpe de las makanas.

En medio del grupo de cadáveres estaba el del arrogante Herrera, quien despreciaba a los guerrilleros.

El sacerdote Luis Villarroel García, historiador chuquisaqueño, añade: “Concluida la batalla de Jumbate, Carrillo (...) se acercó al cuerpo sin vida del coronel Herrera, con un tajo de su cuchillo abrió el pecho para arrancarle su corazón, luego lo levantó en lo alto mostrando a su gente, la que con un griterío triunfante saludó la victoria. Carrillo, lanzando un grito atronador, arrojó lejos el corazón de Herrera”, dice textual.

Cronología de la postulación del pujllay y del ayarichi

La elaboración de la carpeta de postulación del pujllay y el ayarichi como patrimonio cultural de la humanidad fue trabajada a partir de la conformación del Comité Impulsor Interinstitucional, encabezado por la Gobernación de Chuquisaca, municipios y comunidades de la región, organizaciones sociales, la organización no gubernamental CARE Internacional en Bolivia y Asur (Antropólogos del Sur).

Según la información proporcionada por el Ministerio de Culturas, la carpeta de postulación fue elaborada de acuerdo con el requerimiento establecido por la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) y está conformada por el Formulario ICH-02, un documental visual con una duración de diez minutos, diez fotografías actualizadas e inéditas y bibliografía.

Una vez concluida la carpeta de postulación, los representantes de la Gobernación de Chuquisaca, Antropólogos del Sur y de CARE entregaron el documento al Ministerio de Culturas, el cual remitió a Cominabol (Comisión Nacional Boliviana para la Cooperación con la Unesco) para que a su vez lo haga llegar al Comité Calificador de la institución multinacional, a través de la Delegación Permanente del Estado Plurinacional de Bolivia en la Unesco.

El 16 de marzo de 2011, Cominabol envió la carpeta de postulación a la Delegación Permanente en París vía courier.

El 13 de noviembre de 2013, la Secretaría de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial emitió una nota que menciona aspectos para ser subsanados, como la cantidad de palabras en el expediente, la traducción y solicitó que fuese enviado el expediente en el nuevo Formulario ICH-02.2014.

El 12 de febrero de este año, el expediente fue remitido vía electrónica a la Secretaría de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial 2003 con el fin de que sea evaluado por el órgano subsidiario y su posterior presentación en la Novena Reunión del Comité Intergubernamental que se celebró del 17 al 21 de noviembre en París, Francia.

El 7 de julio, la Secretaría de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial remitió a la Delegación Permanente de Bolivia en la Unesco una nota del Viceministro de Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura de Perú, mediante la cual se emite una observación al expediente de postulación del pujllay en su inciso 4 c.

Inmediatamente, el Ministerio de Cultura y Turismo, a través de la Unidad de Patrimonio Inmaterial y en coordinación con la doctora en etnomusicología Rosalía Martínez, inició la revisión del expediente y se elaboró la respuesta, la cual fue remitida el 14 de agosto a la Secretaría de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial a través de la Delegación de Bolivia en la Unesco

El 27 de octubre se publicó en la página de la Unesco el Proyecto de Decisión 9.COM 10.6 correspondiente al “Pujllay y Ayarichi. Músicas y danzas de la Cultura Yampara”, el cual considera su inscripción en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, ya que cumple los cinco criterios para dicha inscripción.

El 26 de noviembre de 2014, en ocasión de la Novena Sesión del Comité Intergubernamental para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, se inscribe al “Pujllay y Ayarichi. Músicas y danzas de la Cultura Yampara” en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural de la Humanidad de la Unesco.

Territorio ancestral como destino turístico

Tarabuco se abre al mundo como un destino único para los turistas. Ubicado a 60 kilómetros de Sucre y a 3.280 metros sobre el nivel del mar, este pueblo de cerca de 3.000 habitantes tiene entre sus principales atractivos, además del pujllay, el ecoturismo, las sendas prehispánicas, tejidos y trabajos en cerámica.

De acuerdo con los datos del director de Turismo de la Alcaldía, Juan Carlos Núñez, al mes llegan cerca de 2.000 extranjeros, de ellos el 80% es de Francia y Alemania, y en menor cantidad de Japón y Estados Unidos.

Actualmente, Tarabuco tiene una capacidad de 200 camas en dos hoteles y tres alojamientos. El costo promedio es de 25 bolivianos por noche.

Además, cuenta con varios restaurantes de comida tradicional como Samay Huasi, Pukara Huasi, Mallky, Monomaqui, Candy, Snack Cuqui y, por supuesto, el mercado central.

Tanto Núñez como el propietario de Samay Huasi, Julio César Escóbar Rodas, anuncian emprendimientos para mejorar las condiciones de estadía de los extranjeros. La Alcaldía planea implementar semanalmente un festival autóctono, mientras que Escóbar lleva adelante la iniciativa de impulsar una peña para mostrar a los turistas las danzas que allí practican los lugareños.

El tarabuqueño —como lo describe el investigador popular Mamerto Torres— es un hombre fuerte, trabajador, agricultor de esencia pero muy poco comunicativo. Su alimentación está basada en el consumo de la papa y cereales como el trigo en pan, lagua o sopas, y, fundamentalmente, el mote que acompaña a cualquier alimento durante toda su jornada.

En ocasiones muy especiales cocinan pollo con huevo. Ambos son alimentos considerados de lujo para ellos. Torres atribuye esa situación a los niveles de pobreza y, particularmente, a razones culturales.

Dentro de sus costumbres ancestrales todavía se mantiene vivo el trueque. Los domingos, el día más importante de la semana, los campesinos llegan de diversas comunidades para comprar sus alimentos y también para el intercambio. Torres dice que generalmente buscan coca, sal y grasa para dar sabor a sus laguas.

Las empresas de turismo tienen garantizado el transporte. El viaje de la ciudad de Sucre hasta Tarabuco es de una hora y tiene un costo promedio de 10 bolivianos.





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