La “Ichapekene Piesta” o fiesta mayor de San Ignacio de Moxos se celebra cada 31 de julio para conmemorar el día de la muerte de San Ignacio de Loyola, patrono de ese poblado del departamento del Beni. Es hermosa, sorprendente y tradicional. Aquí, una mirada particular:
Lo más inusual que encontré en esta demostración cultural, en la cuna del folclore beniano, fue la especie de “fiesta del fuego” que se desarrolla a altas horas de la noche.
La crónica
Ni bien arribamos a Trinidad, tomamos un surubí a San Ignacio de Moxos, que se encuentra a 90 kilómetros. Los pasajeros, en su mayoría, son residentes benianos en La Paz, Cochabamba y Oruro que retornan a su lugar de origen para participar de la fiesta.
El trayecto es de carretera arenosa, ríos caudalosos y selva; selva donde las aves vuelan de momento a momento en ese paraíso olvidado por muchos.
El surubí llega a San Ignacio a las 18:00 del 30 de julio y los pasajeros, que veían cómo fotografiaba la naturaleza, los animales, las aves, me preguntan a qué vengo a este lugar. “A fotografiar la Entrada folclórica”, respondo. A lo que replican con ironía: “Ya es tarde, acaba de terminar”.
Luego, me tranquilizan: “No se preocupen, lo mejor de nuestra fiesta es esta noche, con la fiesta del fuego; mañana se repetirá la Entrada”.
Y a continuación, me aconsejan aprovechar las fotos del atardecer de la laguna Isirere.
Los macheteros
Son las 20:00 y por las calles emergen grupos de macheteros, danzarines al son de tambores y sancutis, como si representasen a los guerreros. Ellos visten camisas albas y, ágiles, con machetes, se mueven como si pretendieran cortar el aire. Penachos de diversos colores ciñen sus frentes, cubren sus tobillos con chocoi (semillas secas) y golpean el piso con un ritmo inmortal.
Busco un hotel para guarecerme. Recorro aproximadamente diez, todos los que existen en el lugar, y están ocupados. En el último, al notar mi preocupación, me aclaran que “en vista de que han llegado muchos turistas, especialmente periodistas del extranjero, estamos preparando unas colchonetas para dormir en los pasillos y en el patio”. ¿El costo? 20 bolivianos.
Acepto incluso la condición de volver a las diez de la noche. Cuando retorno a esa hora, me reciben rostros silenciosos: “Se agotó, hemos instalado cincuenta colchonetas y no hay ningún espacio”.
Sin más alternativa, resuelvo no dormir y permanecer en la plaza principal, pues, además, hay una verbena que espero dure toda la noche. Las vendedoras de la plaza me aseguran que no hay malhechores en la ciudad.
La “fiesta del fuego”
La noche despierta iluminada con los “chaskeros”, que colocan sobre sus sombreros una especie de cilindro encendido despidiendo poderosas chispas en forma horizontal; fuegos artificiales que dan vueltas en la cabeza del danzarín.
Un anciano lleva a la puerta de la Catedral un medio centenar de esos sombreros que giran emitiendo fuegos a diestra y siniestra. Los danzarines son hombres y mujeres, jóvenes y adultos.
Decenas de periodistas del exterior fotografían los movimientos de los chaskeros.
Alguno que otro recibe llamas de fuego; todo vale con tal de retratar el momento, en plena noche.
De improviso, alguien lanza palos, una especie de cañahuecas que arden y la gente corre para evitar el fuego. Caen al suelo, alguien los levanta y continúa arrojándolos hacia el gentío. En vez de enojo de los “perjudicados”, reciben alegría, como si siguieran una increíble tradición añeja.
Posteriormente, los chaskeros corren en medio de la gente, provocando gritos y susto. Hay dispersión para evitar el fuego. La celebración continúa hasta aproximadamente las 23:00 y, luego, la población participa en ceremonias litúrgicas en la iglesia. Cuando salen, participan de la verbena que en esta oportunidad concluye a las tres de la mañana y yo me ubico en uno de los asientos de la plaza, aguardando la salida del sol.
La Entrada y la salida
Al día siguiente se repite parte de la Entrada Folclórica, que está encabezada por los Macheteros y los Achus. Más atrás, grupos de carácter místico-religioso como los Ciervos, los Toritos, los Pescaditos, los Ajucharakis, Sol-Luna y Estrellas, Chiñisiris, Tigres, Chunchos, Ichinisiri, Angelitos, Wana Takora, el Tintiririnti, Santo Puri, Pusi Mira, Cavitu Cushiri, Ajucharaki, Los Ovejos, Mascaritas y otros.
Destacan, además de la vestimenta típica, los bajones, que son instrumentos de viento muy grandes, parecidos a las zampoñas.
Antes de que acabe el 31 de julio debo tomar otro surubí para retornar a Trinidad. Da tiempo para participar de la misa, el jocheo de toros y el maripeo de chicha (acto de servir esa bebida). Para la próxima visita, me queda pendiente la “trepada” al palo enceba’o.
La celebración de San Ignacio de Moxos fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2012.
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