En vísperas del Carnaval 2016, que es el mayor acontecimiento festivo que sobresale entre las tradiciones bolivianas, se lo celebra con características singulares en por lo menos cinco de las capitales departamentales. En el carnaval de Oruro brilla el folklore del occidente del país. En Santa Cruz tiene su propia característica, entre lo urbano y lo rural. En Tarija adquiere particularidades similares. En Sucre se lucen el señorío y las costumbres enraizadas desde los tiempos coloniales. Y en La Paz las máscaras y los disfraces asumen roles estelares.
En buena medida, el carnaval de La Paz ha declinado en el entusiasmo y el fervor que detentaba en el pasado. Sin embargo, el personaje central que domina la escena sigue siendo El Pepino, que muchos entendidos en la materia coinciden en que es una especie de réplica del arlequín europeo de tiempos pasados, continente en el que carnaval alcanzaba en Venecia, encantos por siempre memorables.
El Pepino es reconocido como el Rey de los carnavales de La Paz, tanto por la picardía que trasunta el rostro reflejado en su máscara, como por el derroche de color y vistosidad de su disfraz.
Recurrir al disfraz de El Pepino implica todo un reto. No es cuestión de constituirse en un disfrazado más. El compromiso que se adquiere es convertirse en efusión de alegría, humor, gracia y derroche de gestos de picardía para atraer en su entorno a niños y adultos y entre todos exteriorizar el espíritu festivo que debe caracterizar al carnaval.
El lucimiento en la expresividad del lenguaje, para resaltar al personaje central del carnaval de La Paz se pone de manifiesto en los dos singulares cuentos que incluimos en esta página. La autoría de los mismos corresponde a dos periodistas e intelectuales de consagrada presencia en la literatura nacional, puesto que sus escritos equivalen a verdaderas joyas lingüísticas.
El extinto Walter Montenegro trazó una huella indeleble en el periodismo de antaño, en los tiempos del diario La Razón, anterior a la revolución nacional de 1952, con su célebre columna de humor titulada “Mirador” y suscrita con el seudónimo de Buenavista. De su parte, Guillermo Monje, periodista y abogado, sigue siendo un distinguido cultor de la letra y el buen decir. Pasemos, pues, a disfrutar de las bellas descripciones que hacen de el Pepino.
EL PEPINO
Walter Montenegro
Nadie tiene una idea exacta acerca del nacimiento del Pepino. Es una especie de hijo natural del carnaval. Por eso su partida de bautizo no se inscribe en los registros de las sacristías, sino en la Policía.
Dicen que los hijos naturales son más queridos que los legítimos. Por ello, el Pepino goza de especiales privilegios en el corazón de su padre, el carnaval.
¿Su madre? No se la conoce tampoco. Quizá la alegría, quien sabe la pobreza. O una mezcla a medias melancólica y risueña de las dos. Fruto de amores fugaces y culpables, de aquellos que nacen al ritmo febril de los danzones y al amparo del incógnito, el Pepino es depositado una noche cualquiera en los umbrales de la ciudad envuelto en los pañales humildes de su disfraz. Solo tiene nombre “Pepino”, y carece de apellido. No hay mensaje que lo recomienda a la piedad ni signo que permita identificarlo más tarde como en las novelas románticas.
IGNORA LA CONGOJA
El Pepino ignora todas estas cosas, opone sobre ellas aquel velo misericordioso que se llama olvido, y que permite a los hombres borrar el dolor de ayer para entregarse a la ilusión de mañana.
Se lanza por las calles como un auténtico hijo de la calle. Se mezcla impávido e inocente, entre las comparsas que son familias honorables con nombre, apellido y dirección. Siembra entre ellas su descaro pueril, su atrevimiento de golfo, la dulzura de su alegría pobre e humilde.
No se lo invita ni tiene acceso a las casas elegantes. Pero ¿qué importa? El Pepino es dueño de la ciudad, del aire, de la luz, de la algazara. Si hay fiestas que él solo puede adivinar a través del rumor de las voces, la música y las luces encendidas en las ventanas, eso no le arredra (atemoriza). Se queda en la calle, mira a los que entran, grita, salta, se divierte con los pies, con las manos y con el corazón. Espera hasta la madrugada, para ver salir a los invitados y de nuevo les regala su dicha trasnochada.
HEROICO Y CABALLEROSO
El Pepino es heroico y caballeroso. De algún modo extraño han llegado hasta él los sentimientos románticos de su remoto antepasado el Arlequín. Lucha defendiendo a las vírgenes en las que aún cree, socorre a los niños, dirige el tráfico, interviene en las peleas donde hay una sola cabeza que se rompe, la suya; una sola nariz que sangra, la suya; un solo hueso que se quiebra, el suyo; una sola espalda sobre la que se vierten baldes de agua, la suya.
Pero él marcha impertérrito hasta el final. Y cuando el carnaval ha concluido, quinientos Pepinos yacen en los calabozos de la Policía purgando, delitos ajenos, pagando todos los pecados cometidos entre el vértigo de los disfraces multicolores, del amor de una noche, de los acordes estridentes de la música afrodisiaca, de las serpentinas y del alcohol.
Pasa el carnaval y el Pepino se esfuma en la nada de donde vino.
DATOS
- De acuerdo con un estudio realizado por la Secretaría Municipal de Culturas, a través de la Dirección de Patrimonio Natural y Cultural, la presencia del Pepino en el Carnaval Paceño fue registrada en las entradas populares de 1908. Sin embargo, se presume que su participación se registró desde muchos años atrás, el personaje está directamente relacionado al Pierrot, un integrante del arte de la antigua comedia italiana, que junto a otros personajes europeos participaba de llamativas obras de teatro y carnaval.
- Estas historias surgen hacia 1850, cuando aparecen arlequines y dominós en la ciudad de La Paz, esta información nos permite deducir que entre ellos se encontraban también los pierrots o personajes de la comedia italiana. (Rossells, 2009: 109).
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