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1 de febrero de 2016
Padilla en Carnaval
En la letra se expresa el sabor del Carnaval padillense. Sobre todo en las coplas picarescas, de ida y vuelta: Bandida la imilla / pollera amarilla / cada año con guagua / cosa maravilla, típicamente machistas. A mí me gusta el durazno / pero no tu mockochinchi, responden las mujeres. O: Te quiero / te quiero / eres muy apuesto negrito / pero tú eres el repuesto.
Viva mi Padilla / Viva el Carnaval / Fiesta tan grandiosa / Fiesta sin igual… Quien alguna vez participó del Carnaval padillense, siempre quiere volver. ¿Será por la hospitalidad de su gente?, ¿por su gastronomía?, ¿por su límpido paisaje? ¿O será, definitivamente, por su música?
Antiguamente el Carnaval de Padilla, capital de la provincia chuquisaqueña de Tomina y Patrimonio Cultural de Bolivia desde 2014, duraba ocho días consecutivos y para cada uno había una música y una letra específica, según recuerda para ECOS Luis Palma, maestro del armonio, integrante de la comparsa Inolvidables.
“Los de mi tanda todavía hemos bailado los ocho días. Estamos queriendo volver a recuperar esto”, agrega después. Al son de guitarras, charangos, mandolinas, arpa, armonio, quena y sicuris se movían los comparseros, sumidos en la celebración, plenos de alegría.
La música
“La música padillense es especial; no como en otros lugares, solamente enfocada a esa región”, explica este profesor, que recuerda cómo su padre, el autor Moisés Palma, le contaba de la llegada de músicos desde Santa Cruz y Vallegrande, por eso el “sabor” vallegrandino y oriental de los ritmos de Padilla.
“A la altura de la pista”, dice que los iban a recibir, es decir a 1,5 kilómetros de la ciudad. Allí también los despedían, entre animados taquiraris y más tristes huayños.
“A las 12:00 llevábamos a los músicos a comer. Y otra vez estábamos saliendo a las dos de la tarde”. El domingo se festejaba la llegada del Carnaval, como no podía ser de otra manera, al ritmo del carnavalito. Al día siguiente continuaba el entusiasmo, que decaía un poco el martes con un huayño.
El Miércoles de Ceniza tenía todo el sentido religioso, mientras que el jueves comenzaban las promesas de volver el próximo año. Visitantes y lugareños se hablaban para entonces con mayor confianza.
El viernes era de “chunquitu”, porque muchas veces nacía el amor, para rematar el sábado con el “Adiós casa grande” y el Domingo de Tentación con la cacharpaya del Carnaval.
En la letra se expresa el sabor del Carnaval padillense. Sobre todo en las coplas picarescas, de ida y vuelta: Bandida la imilla / pollera amarilla / cada año con guagua / cosa maravilla, típicamente machistas. A mí me gusta el durazno / pero no tu mockochinchi, responden las mujeres. O: Te quiero / te quiero / eres muy apuesto negrito / pero tú eres el repuesto.
En la actualidad
Se conserva, todavía, el baile de las agrupaciones carnavaleras por las calles de la ciudad, acompañados de sicuris, guitarras, charangos y acordeón. Los organizadores de la fiesta se esmeran por que no se pierdan las canciones correspondientes a cada día de la semana y también las tradicionales visitas a las casas de los “padrinos de comparsas”, quienes reciben a las comparsas y les invitan comida y bebida.
“El padillense va de un lado a otro llevando sus coplas”, dice Palma respecto a la costumbre de ir a las viviendas particulares, no sin antes enviarles un “oficio”.
“Faltando más o menos un mes se hacía llegar oficios a algunos dueños de casa que gentilmente se brindaban a recibir en sus domicilios a las comparsas: 15 minutos y se salían. Ahora estamos rescatando eso, hemos enviado oficios hace un mes y medio”.
El primero en arribar a la casa del padrino era el ejecutante del armonio. Tarea complicada porque alguien tenía que cargar el instrumento a la espalda, con lazo. Cuando se cansaba, descansaba y seguía. Al entrar la comparsa, el armonio ya tenía que estar sonando.
El armonio no se carga más, como tampoco la batería, que no faltaba, pero el cariño sigue siendo el mismo. “Llega la comparsa y les invitan a volver al día siguiente para servirles un picante de pollo o un asado de chancho, la tradicional zarza padillense (picado de ají verde, con cebollita, choclo y la zarza mezclada con queso)”.
Y si de cariño se trata, hay personas que con gran desprendimiento reciben a las comparsas en sus domicilios y uno destaca en particular, por su característica abierta: el Dr. Ramiro Villarroel, médico de profesión.
En el mismo ánimo de las cordialidades, una especie de retribución era que el presidente de la comparsa sacara a la madrina (la dueña de casa), y la predilecta al padrino, para bailar una cueca y un bailecito. Después, antiguamente se tocaban carnavalitos, boleros, tangos y otros ritmos.
Para ir a una casa, el presidente de la comparsa o alguien de la directiva solía dar la voz de alerta: “¡Aló!”, gritaba en señal de “¡vámonos!”. Para moverse, para no quedarse quietos, sin celebrar. Palma dice que esto “ya no se dice más”.
“Y siempre había un personaje, al que le llamábamos el ‘bastonero’, que se ocupaba de darle un guascaso al que no bailaba o no se estaba alegrando. Tenía que ser una persona que sepa de la música y las letras para corregir lo que estábamos cantando. Pero sobre todo, alegre”. Tenía, dice él, todas las prerrogativas para dar el “guascaso”, sea a hombre o a mujer.
Otra característica de esta fiesta son los zampoñeros, que eran los pobladores de las comunidades vecinas, “tan guapos para tocar las zampoñas que no solamente sacaban temas de Carnaval, también marchas, dianas, boleros, un ‘cañito’, vals. Tenían una ductilidad única. Eso está faltando y queremos recuperarlo”.
También están los grupos de instrumentos de cuerda: charangos, guitarras, mandolinas, como el recordado “Los Potrillos”.
El “whisky padillense”
La comida (el famoso ají o la zarza) se acompaña con chicha, que antes se “muqueaba” (se mezclaba la harina con la saliva) y se hacía cocer a altas temperaturas. La clave de esta bebida en Padilla, según Palma, es que “está tan bien cocida que no te hace daño”. Pero, hay chicha fuerte y suave. Generalmente se la hace fermentar durante casi un mes antes de que salga a la venta; no se mezcla nunca con alcohol. Pero las más fuertes, que se las conoce como “chicha charque”, pueden ser de cinco, diez, doce años o más.
Palma dice que su color se vuelve como el de la cerveza rubia (cuando más añeja, más clara) y “con medio vaso estoy seguro de que usted está durmiendo”. La chicha charque, agrega, es “el whisky padillense”.
Antiguas comparsas
Entre los recuerdos surgen nombres de comparsas tales como: “Los Marineros de la Laguna”, Los Cásate y Verás”, “Los Tijeras”, “Los Mejorales”, “Los Millonarios”, “Las Gaviotas”, “Los Picaflores”, “Los Walaychos”, “Los Rebeldes”. Ahora siguen “Los Náufragos”, “Inolvidables”, “Mask'achos”, “Ilegales”, “Creidazos”, “Los + Busk2”, “K-prichosos”, “Piadosos”, “Parientes”, “Fanáticos”, “Pachurros”, “Los Clavos”, “Fastidiosos”, “Fandangos”, “Vikingos”. Y de niños, “Los Espumitas”. Pero hay varias más...
Actividades de este año
El Carnaval padillense tiene varias actividades: Feria de la comida y bebidas típicas; corso infantil; corso de mayores; peña folclórica con participación de grupos locales, regionales y nacionales; festival de comunidades; elección de la Reina del Carnaval; baile de las comparsas por las calles de la ciudad; ambrosía; paseos de las comparsas al campo; mojones, entre otras.
La presidenta de los residentes padillenses en Sucre, Brenda Molina, invita especialmente a chuquisaqueños y potosinos a sumarse a estas actividades que impulsan junto al Gobierno municipal con el objetivo de recuperar y conservar uno de los patrimonios culturales de la región… su carnaval.
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