Además de una manifestación de fe y devoción, de esa esencia religiosa católica tradicional que encierra la festividad de la Virgen de Urkupiña de Quillacollo, se trata de un fenómeno multifacético único: folklórico, cultural, tradicional, económico y social, del que son parte miles de bolivianos que residen dentro y fuera del país, y últimamente también de extranjeros procedentes de diferentes país.
Durante todo el mes de agosto, la festividad de la virgen de Urkupiña mueve a alrededor de 7 millones de personas, y sólo el día de la entrada folklórica en Quillacollo se concentran un millón de personas, entre bailarines, músicos, público y comerciantes.
La extracción de pedazos de piedras en el cerro de Cota –que desde hace muchos años no se limita el tercer día de la fiesta (Calvario), que representa el “préstamo de dinero” que los fieles le piden a la Virgen con la promesa de devolver el año siguiente–, es una costumbre única de Urkupiña y que la diferencia de las otras devociones a advocaciones marianas.
A esta costumbre se suma la compra de miniaturas: de casas, vehículos, dinero y otros objetos que se desean obtener, y de pedazos de terrenos en el cerro para construir la casa o los cultivos que se ha pedido a la virgen. Para que se cumplan los deseos, los pedazos de piedras y los objetos de miniatura deben ser bendecidos por los sacerdotes y ch’allados con q’uwa y bebidas.
Las Alasitas, que se celebra el fin de semana siguiente de los tres días de fiesta, son otra expresión particular de Urkupiña y que evoca la celebración en sus orígenes. A diferencia de la demostración artesanal de miniaturas de madera, arcilla y otros materiales, que se ve en otras fiestas de alasitas, en Quillacollo tiene la particularidad de presentar productos agrícolas y otros alimentos, todos pequeños y dentro de una canasta, que los visitantes compran para que la Virgen la bendiga y no les falte comida en sus hogares.
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