Fue un oficio de artesanos que elaboraban vestuarios religiosos, vestuarios de la alta nobleza, es decir estuvo ligado a los textiles y confección especial de ropa para clérigos católicos, cortesanos y reyes de la corona española.
La técnica del bordado llegó a América con los conquistadores para continuar la costumbre de confeccionar trajes sagrados para los santos y vírgenes, así como trajes litúrgicos y ropa para autoridades eclesiásticos y las cortes de los virreinatos españoles.
Esta técnica española tenía su propio método y fue transmitida en talleres de los conventos de las distintas órdenes religiosas de monjas a indios e indias que estaban al servicio de las religiosas.
De tal forma las técnicas del bordado español se transmitieron a artesanos indígenas de origen aymara y quechua que por tradición eran tejedores y ornamentaban textiles como unkus, chakanas y llaitus con plumas y meta les preciosos, que eran usados por las autoridades principales de la comunidad y del Imperio Inca. Todo este conjunto de conocimientos y tecnologías prehispánicas de elaboración de textiles se fusionaron con el bordado artístico colonial, cuyo resultado se observa en la iconografía de trajes de danzantes folclóricos.
En el caso del bordado andino se le atribuye ser una entidad viva que se alimenta del hálito del creador, tiene un destino devocional y ritual, se transforma, muestra un nacimiento y muerte, tal vez, en esa relación del que crea la belleza (jiwaki) y el que se reviste para llevarlo danzando hacía las multitudes que serán iluminadas por los tejidos, bordados y aplicaciones como lentejuelas, perlas, monedas y otros. En este contexto, el arte del bordado andino se define no sólo por su valor estético contemplativo sino por el valor de uso de un bien simbólico ritual y místico.
Esta publicación hace hincapié en el bordado festivo expresado en los trajes de las danzas de la morenada, kullawada y llamerada, porque en ellas se expresa —de manera especial— el arte del bordado tradicional, entendido este como la técnica de adornado en tela con el encadenado, plumillado, redente, adornado con pedrería, perlas y lentejuelas que le dan una vistosidad extraordinaria y bella por la variedad de texturas producidas. Es decir el bordado, en la vestimenta de los danzantes, constituye un espacio de iluminación que se ofrece a la divinidad y al mismo tiempo expresa el estatus y prestigio de la familia que lo porta.
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