Por aquellos años el convento se trasladó de la calle Sanjinés a Miraflores, donde está actualmente.
“Una vez trasladado el convento a Miraflores y considerablemente mermada la economía de la comunidad por gastos inherentes a la nueva construcción, se redujo el personal de allegadas. Varias de las propiedades rústicas y urbanas de las concepcionistas fueron liquidadas. Y como resultado de este período crítico, las señoras Irene Carrión y María Concepción abandonaron el Monasterio... Tras rudos reveses, cierto día con lágrimas en los ojos tornaron al claustro. Una vez en presencia de la abadesa demandaron de esta la devolución de la sagrada efigie que por derecho hereditario les pertenecía.” (Vilela 1948:372).
Empieza entonces un largo peregrinaje por las diversas viviendas donde, presumiblemente, las huérfanas o “beatas” (solteronas) Carrión fueron alojándose como inquilinas, siguiendo juntas hasta la muerte. En cada lugar se establecía un culto privado, que en alguna medida era una fuente subsidiaria de sustento para las beatas. Hemos escuchado las siguientes:
▪ Una casa de Miraflores (Vilela)
▪ Calle Juan de la Riva, casa de los hermanos Miranda (Vilela)
▪ Calle Mercado 45; un año (Vilela)
▪ Calle Figueroa, casa de la Sra. Aurora Ruiz (Vilela)
▪ Calle Yungas (Mons. Camacho)
▪ Calle México (Mons. Camacho)
Según otra relación algo distinta, que llama a las guardianas del lienzo Irene Saravia y María Belmonte, algunos de esos traslados mostraban ya el “poder” del Señor del Gran Poder:
“Esta señora Irene Saravia a su muerte dejó el lienzo a la señora María Belmonte compañera de trabajo, la misma que después de algunos años y ya cansada por la edad, abandonó el convento para ir a vivir a la calle Mercado a la casa de un señor Miranda, allá donde existía una tienda comercial denominada “La Balanza”. En esta casa Miranda ya fue conocida la imagen y tuvo numerosos devotos que semanalmente iban a depositar sus limosnas y oraciones. Este trajinar de gentes molestó bastante al dueño de casa, puntilloso porque le trajeran el contagio de enfermedades que aparecieron en esa época en La Paz, y exigió a la señora Belmonte su traslado a otra casa.
Acosada por estas exigencias la señora se fue a vivir a la casa de la señora Aurora Ruiz en la calle Figueroa. Empero se cuenta que tanto el Sr. Miranda como su familia, contrajeron la enfermedad de la exantemática, falleciendo en forma alarmante y originando así el corrillo de que era un justo castigo por haber exigido que la milagrosa imagen saliera de su domicilio. “(Reseña anónima en revista Gran Poder, 1985, p.2).
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