Poco después, en 1927, sólo un año después del loteamiento de la hacienda Paula Jawira, nació la Diablada de Bordadores, conjunto que sigue participando en la fiesta del Gran Poder hasta el día de hoy. Por este mismo tiempo.
“Los vecinos dijeron: ‘¿Por qué no edificamos una capilla, para que (el Señor) no esté yendo de casa en casa?’” (Mons. Camacho).
“La flamante Junta de Ch’ijini comenzó a preocuparse de dotar de una capilla adecuada a la devoción del Señor del Gran Poder y para este objeto, conocedores de que un señor Ambrosio Ticona se encontraba en apuros económicos y era dueño de un solar en la calle Antonio Gallardo, lograron la compra de dicho terreno para lo cual tuvieron que prestarse dinero con sus respectivos intereses del Presbítero Elíseo Oblitas que se encontraba en la Catedral. Comprando el terreno se empezaron los trabajos de construcción de una pequeña capilla cuyo techo era de paja. Es así como el Señor del Gran Poder permitió que se le dotara de un local propio aun con dinero prestado a intereses.” (Reseña, Anónima, Gran Poder 1985).
La capilla se empezó a construir en 1928 e inauguró el año 1932. (Llanos 1985). Mientras la imagen recibió culto privado en diversas casas particulares, el lienzo siguió mostrando los tres rostros de la Santísima Trinidad. Pero la gente daba sus propias interpretaciones a esta representación trinitaria:
“Se dirigían a la imagen de la derecha oraciones de gratitud y pedido para terceras personas, amigos y familiares; al rostro de la izquierda se dirigían oraciones pidiendo el daño de enemigos e indeseables; al rostro del centro se dirigían oraciones pidiendo por uno mismo.” (A.D.A. Gran Poder 1985, p.8).
Estas ideas poco concordaban con la doctrina oficial católica de la Santísima Trinidad. Por ello, más la circunstancia de la creciente popularidad que el culto al Señor del Gran Poder iba adquiriendo en Ch’ijini, hacia 1930, es decir, en plena construcción de la capilla, monseñor Augusto Sieffert, obispo de La Paz de 1924 a 1934, ordenó el retoque del cuadro para dejarlo en su forma actual, con un solo rostro. La tradición cuenta que los pintores locales no quisieron aceptar ese tipo de tarea, por lo que hubo que contratar a “dos inexpertos pintores extranjeros”, peruanos al parecer, “que llevaban una vida un tanto relajada”. Añade Vilela:
“En cierta oportunidad estos pintores se presentaron embriagados para hacer el último retoque en el rostro de la imagen. Uno de ellos pasó el pincel por los ojos y la figura portentosa, según testigos, movió la cabeza y entornó los ojos en son de reproche. Los pintores atemorizados desaparecieron desde entonces.”
(Vilela 1948; 372; ver Urquizo 1977: 107).
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