La tensión llegó a su punto máximo cuando el párroco y el vecindario de Ch’ijini Bajo hicieron el intento de trasladar la imagen a la nueva iglesia. Los de arriba se plantaron. El conocido escritor y folklorista Antonio Paredes Candia recuerda así aquellos tiempos:
“El fanatismo religioso llegó a extremos violentos. Hubo peleas, batallas campales, heridos y amenazas de sustracción de la imagen; y un atardecer, misteriosamente, desapareció del altar donde la veneraban. Las pesquisas fueron inútiles. Nadie daba razón de la pérdida. Más tarde, se supo que don Luis Cruz Salazar, en compañía de otros cofrades, la habían sustraído, temiendo que fuera trasladada a la capilla nueva, depositándola en el coro de la Iglesia Recoleta. El arzobispo declaró la capilla (de arriba) en entredicho, pero ninguno de los bandos cedió en su intento de ser custodio de la reliquia; los de Ch’ijini Bajo en trasladarla a su flamante capilla, construida expresamente para tal objeto. Después de muchos años de lucha, cedieron los últimos, llevándose tan solo una copia en bulto de la imagen del Señor del Gran Poder.” (Paredes 1976: 118-119).
Mons. Camacho da la siguiente explicación del entredicho, o prohibición de todo acto de culto, al que Paredes sólo alude muy de paso:
“Al anoticiarse (los de arriba) que estaban edificando para trasladar la imagen, se plantaron, y dijeron,– Aquí ha venido el Señor y aquí va a estar. ¡Vamos a edificar nosotros una capilla más grande!
Entonces formaron una junta aquí (arriba) y otra allá (abajo). Los de la junta de arriba, por falta de conocimiento del Derecho Público Eclesiástico, pensaron que por ser colectores de la gente eran los propietarios.
Entonces tuvieron un impase con la autoridad eclesiástica. Todo templo, toda capilla es siempre edificada por el pueblo; pero en cuanto a la propiedad se refiere, para tener las relaciones con el poder civil, si quieren que haya culto en ese templo, deben transferir la propiedad al arzobispado, quien en resumidas cuentas es también propietario del templo. Pero esto no lo entendieron por falta de quien les asesore.
Este entredicho duró ocho años (?). Fueron excomulgados algunos miembros de la Junta de Vecinos, de tal manera que, llegada la fiesta de la Santísima Trinidad, llevaron la imagen a San Francisco; pero, estando en entredicho, ningún sacerdote podía celebrar. Entonces ellos siguieron edificando el templo. Se opusieron a que se trasladase la imagen. Robaron. Ocultaron el lienzo. En fin, fue un suceso que tuvo trascendencia en toda la ciudad. Como seminarista tuve oportunidad de leer pasajes de este hecho en La Razón, más o menos por el año 41. Hasta hubo luchas campales entre vecinos bien armados, que decían, – Esta imagen no se va a trasladar allí.
Fue un asunto que le dio muchos dolores de cabeza al arzobispo, monseñor Antezana. Cuando se terminó el templo (de abajo) y llegó el momento de trasladar la imagen, los vecinos se plantaron. Estaban resueltos a impedir este traslado trenzándose en lucha campal”.
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