No todos pueden costear bailar en el Gran Poder. Los gastos mínimos incurridos por una pareja de folkloristas
para bailar morenada en la entrada incluyen una cuota que va de ciento cincuenta a doscientos dólares, pagada
a los pasantes y que es considerada una contribución a los costos de la celebración (‘flete’ de trajes festivos,
música y cerveza); alrededor de quinientos dólares para el terno y los vestidos (“las paradas) extremadamente
finos utilizados en la diana y el convite (para una pareja que baila por primera vez el gasto en ropas puede
fácilmente duplicarse); y alrededor de doscientos dólares en joyas y adornos corporales.
En el 2004 el auspiciador más importante de la Fiesta del Gran Poder, la Cervecería Boliviana Nacional (CBN),
todavía pagaba su auspicio en especie a la Asociación de Conjuntos Folklóricos del Gran Poder. Su auspicio
consistía en 5500 cajas de cerveza por un total de 66.000 botellas – equivalentes a más o menos 35.000 dólares.
Para dar otro ejemplo de la cantidad impresionante de dinero reunida y gastada en la fiesta, especialmente entre
las fraternidades de morenada, basta con mencionar el caso de una banda argentina que fue contratada en el
2004 por una suma de 15.000 dólares para entretener a los miembros de la fraternidad de Los Intocables luego
de la entrada.
Cuando primero le pregunté a mi amigo Justo Soria si pensaba que la cercana concomitancia entre los valores
religiosos y los materiales en la ostentosa entrada del Gran Poder era contradictoria, me respondió que mi
preocupación reflejaba el habitual sermón del clero. Según Justo, el tata estaba feliz con este derroche de
recursos en su nombre. Las exageraciones durante la celebración eran una forma de ‘hacer reverberar’ el tata
en cada calle y cada esquina de la ciudad, así como de magnificar la fe y la devoción entre los habitantes de la
ciudad. Mientras más abundante la entrada, mayor la ‘atracción’ y el alcance del tata Gran Poder.
Varios estudios etnográficos han observado el despilfarro extraordinario de recursos en las fiestas andinas
(Buchler 1980; Mendoza 2000; 109-162) en comunidades aparentemente empobrecidas. Una efectiva metáfora
es a menudo utilizada por mi amigo Luís Jiménez para darle sentido a la exageración del gasto en decoraciones,
telas y música. Después de contar los cientos de dólares necesarios para organizar la fiesta, Luís comentaba
fervientemente ‘botamos la casa por la ventana’.
Los hábiles emprendedores locales, dueños de prósperos negocios, no renunciarían a la inversión ‘irracional’ de
recursos en las actividades religiosas y sociales del Gran Poder. La explicación para este espectáculo de prósperos
comerciantes ‘sacrificando’ recursos cruciales en una fiesta religiosa ha sido tradicionalmente racionalizada
como producto de la incertidumbre en el estilo de vida urbano, de la calidad volátil de la actividad económica
en uno de los países más pobres de América Latina y, finalmente, de la proliferación de creencias espirituales
en un contexto de incertidumbre y miedo por el futuro (Himpele 2003: 237-238). Cuestiono esta asociación
simplista de la dimensión espiritual de la economía del Gran Poder y de la entrada misma con una inseguridad
mental derivada de las condiciones económicas volátiles en Bolivia. En realidad, argumento que la entrada es
una fuerza y evento que crea las condiciones para poderse dar desarrollo económico. Como comenta Justo, en
el Gran Poder lo económico y lo religioso no son simplemente entrelazados inextricablemente hasta convertirse
en expresiones uno del otro, sino también permiten la reproducción de cada uno. El monto de recursos
materiales vertidos en la organización de la entrada también activa un mecanismo de circulación de la riqueza
que es beneficioso no solamente para la comunidad, pero también para las fuerzas cosmológicas.
Al auspiciar la entrada, el pasante, generalmente un miembro pudiente de la fraternidad, utiliza su poder
económico para apoyar a la fraternidad y a sus miembros, mientras recibe reconocimiento social y amplía su
red social. Si para algunos el ser un pasante es una cuestión de prestigio y una demostración de habilidades
sociales tanto frente a los otros miembros de la fraternidad como frente a Dios, ‘pasar la fiesta’ puede también
garantizarle una indemnización social o inmunidad – como lo sugiere el nombre de la fraternidad más grande
del Gran Poder, Los Intocables – y una consolidación del propio estatus en la comunidad.
En algunos casos, sin embargo, la conveniencia del pasante es mucho más aparente. Es una práctica bastante
común que en las fraternidades que reúnen miembros del mismo gremio un ‘simpatizante’ externo auspicie la
fiesta con el objetivo más o menos explícito de que el sindicato le facilite la apertura de su propio comercio.
En algunos casos, se murmura que el pasante utiliza el dinero de la fraternidad (dinero de las cuotas) para
enriquecimiento personal. Sin embargo, hay reglas estrictas que sancionan este tipo de conducta y existe una
seria preocupación moral en la comunidad por la utilización del dinero, no para beneficio del individuo sino
más bien en el interés de la fraternidad.
El economista y folklorista Alejandro Chipana afirma que la Entrada del Gran Poder es capaz de generar
riqueza por el simple hecho de hacer que las cosas se ‘muevan’ – que circulen a través de los límites sociales y
geográficos. Como hemos visto en la introducción, en los Andes, la circulación ha sido a menudo considerada
como una fuerza cosmológica, capaz de hacer crecer las cosas y ‘dar a luz’ (Harris 2000). En el Gran Poder, el
concepto de ‘circulación’ que varios antropólogos han considerado fundamental en la descripción y articulación
de una cosmología andina ha sido sustituido por el concepto de ‘movimiento’. Sea en las actividades religiosas
relacionadas a la Fiesta del Gran Poder, sea en las actividades económicas de los comerciantes, el ‘movimiento’
mismo de mercaderías, de dinero y de personas aparece como una fuerza fundamental capaz de reproducir
riqueza y crear relaciones sociales articulando diferentes grupos y zonas urbanas.
Alejandro resaltó que la calidad circulatoria y reproductiva del Gran Poder se funda en la fe de que el dinero
invertido en el Gran Poder será devuelto al siguiente año con un ‘interés’ sustancial. “Mira a los carniceros por
ejemplo, han estado bailando en la fiesta por décadas. Hoy están muy bien acomodados porque hicieron una
inversión con fe” (Alejandro Chipana, en entrevista con el autor, 13/03/04).
El intercambio de recursos materiales y de dinero contribuye a este movimiento ‘encantado’, atravesando los
límites, los grupos sociales y los dominios. En el Gran Poder esa fluidez es reproducida aún más por al menos
dos fenómenos visibles. Uno es el ‘intercambio de baile’, un acuerdo informal entre grupos e individuos del
Gran Poder y residentes de otros barrios o ciudades. El pacto se basa en el compromiso hecho por el forastero
de bailar en el Gran Poder en el grupo de su amigo o compadre. A cambio de esta promesa, el compadre
del Gran Poder se compromete a participar en la siguiente fiesta del santo patrono en la ciudad o barrio del
forastero. Este ‘intercambio de baile’ ha generado un movimiento y una red tan extendidos, que folkloristas
peruanos de Puno, viajan a La Paz para la Entrada del Gran Poder y los locales responden al bailar en la fiesta
de la Virgen de la Candelaria en esa ciudad fronteriza. Don Froilan Flores enfatizó orgullosamente que estaba
yendo a bailar a la Argentina para honrar un compromiso con los migrantes bolivianos en el vecino país. El
‘intercambio de baile’ en el territorio nacional es incluso más intenso, especialmente con sectores rurales en el
altiplano – que a menudo están conectadas con los folkloristas del Gran Poder por lazos de parentesco.
El ‘intercambio de baile’ se complementa aún más con otro evento característico de las fiestas andinas
contemporáneas. El traje festivo utilizado en el Gran Poder rara vez es de propiedad de los folkloristas, pero es
más bien, alquilado (fletado) de los bordadores que son los guardianes de estos objetos preciosos y costosos.
Los mismos trajes utilizados para la Entrada del Gran Poder son sucesivamente fletados por los folkloristas de El
Alto para la celebración del 16 de julio. Sucesivamente, los mismos trajes son utilizados en entradas ‘menores’
a través de todo el altiplano boliviano, generando una circulación de trajes que, como fuera mencionado
anteriormente, algunas veces atraviesa las fronteras y comunidades nacionales.
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