Siguiendo un patrón andino, los objetos modernos, las mercaderías y los medios de producción en el
contexto urbano pueden ser percibidos como sistemas fisiológicos cuyo espíritu es incitado por la música
y el alcohol. Todos los comerciantes del Gran Poder inevitablemente ch’allan sus mercaderías en Carnaval,
comen y beben con ellos a fin de extraer de ellos el mayor beneficio posible pero también para ‘crecer juntos’,
sugiriendo una vez más un entrelazamiento inesperado e incluso una comunión (véase Allen 1988) entre el
comerciante y los objetos.
Más que una cosificación de las relaciones y el desanclaje del humano del objeto representado por la producción
industrial, el minibús se incluye en redes de relaciones y de comunicación con otros humanos y objetos, así
como con fuerzas cosmológicas a pesar de tener un dueño privado. La riqueza privada y la propiedad individual,
así como los productos de producción en masa, son integradas aquí, en un sistema local de producción que
se basa en una conexión continua y fluida, en un intercambio entre el mundo humano, divino y material. De
hecho el minibús requiere ser revitalizado, alegrado por la música y socializado al juntarlo con otros minibuses.
El ejemplo del minibús y la ch’alla de las mercaderías muestran cómo el supuesto proceso de alienación – la
ruptura del vínculo entre el producto y su productor – toman aquí una dinámica y una dirección diferentes
debido a una serie de creencias cosmológicas que no permiten objetivar completamente ni a los productos ni a
las personas. Esto conduce a otra consideración acerca de las profundamente enraizadas ideas europeas acerca de
las mercaderías y la materialidad. Una de esas es que una vez que los objetos se vuelven mercancías orientadas al
comercio externo a la comunidad, ésas supuestamente empiezan a erosionar los lazos de dependencia personal
entre los miembros de la comunidad (véase Parry y Bloch 1989). Más aún, la abundancia material provocada
por el flujo de mercaderías y la seducción producida por las mismas es vista como antagónica a la creación de
relaciones humanas estables y sólidas (Marx 1990).
Sobre este punto, quiero recordar brevemente una práctica tanto del mercado como de la religión. Me refiero
aquí a la capacidad de desplegar abundancia material para ‘atraer’ gente y forjar lazos económicos y afiliaciones.
Tanto un devoto uniéndose a una fraternidad religiosa para bailar en la Fiesta del Gran Poder como un vendedor
uniéndose a un mercado en la ladera oeste basan su elección seguramente en sus posibilidades económicas,
pero también en la ‘atracción’ provocada por la abundancia de bienes y/o comida y música que el mercado
o la fraternidad son capaces de generar. Esta abundancia de material es un elemento que lleva a las personas
a participar socialmente de algo, y esta ‘atracción’ será rápidamente consagrada a través de lazos oficiales de
compadrazgo –siendo el compadrazgo la manera más común a través de la cual se consolidan los lazos– y
alianzas económicas entre los nuevos miembros y la fraternidad. En otras palabras, en el caso de las prácticas
económicas y religiosas, podemos considerar la posibilidad, descartada por el clero y las élites, de que la
abundancia material puede facilitar y estimular las relaciones sociales.
Generalmente para los sectores populares no existe el mismo sentido de contradicción y separación, que
observamos en la tradición europea, entre la práctica económica por un lado y las relaciones sociales y el
culto religioso por el otro. La teoría económica de Marx, la tradición religiosa cristiana y la interpretación más
positiva del comercio de Adam Smith, enfocada en el interés individual, la escasez de productos y la liberación
de los lazos y jerarquías sociales tradicionales, tienen —todas— un punto de convergencia.
Todas estas visiones, si bien con juicios morales distintos y tal vez opuestos, pronosticaban que el dinero
y el comercio se volverían en impulsores de un proceso de abstracción y de desanclaje que supuestamente
transformarían la economía en un ámbito autónomo separado de los preceptos morales, las relaciones de
parentesco, valores sociales y religiosos. En esto, el Gran Poder parece resultar en una propuesta socioeconómica
en otros términos.
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